mayo 17, 2015

Caso perdido

La noche, la larga y despiadada noche de Boo de Piélagos, empezaba bien. En la Gran Sala del selecto Casino Imperial la gala benéfica a favor de las víctimas del Síndrome de Incontinencia Urinaria Senil estaba yendo viendo en popa. El lleno era completo. Lo más granado de la alta sociedad se había reunido allí, luciendo sus mejores galas: hombres vestidos como pingüinos de luto y mujeres ataviadas como cotorras glaseadas. Aquello habría sido el paraíso de un ornitólogo histérico. Un cuarteto de cámara amenizaba la velada y las bandejas de canapés volaban de un extremo a otro de la sala en manos de silenciosos, eficientes y competentes camareros.

En efecto, la noche empezaba bien. Para algunos. No era mi caso. 

Mi cena había consistido en un potaje de garbanzos duros (dos garbanzos, concretamente) que me había servido la señora Paca, hermana de doña Prudencia, dueña de la Pensión Loli, donde me alojo desde que me echaron de la perrera. Como a tantos otros detectives privados, a mí los garbanzos me provocan flatulencia severa, por lo que mi estado de ánimo y mi olor corporal se mimetizaban perfectamente con el ambiente de las calles de Boo de Piélagos mientras caminaba hacia nuestra agencia. Llovía, como de costumbre, y el sonido lejano de los truenos se mezclaba con el retumbar del tren subterráneo y los estertores de mis pedos, cuyo olor, dicho sea de paso, parecía el de un prado de margaritas en comparación con el aroma habitual a aceite sucio, orines, alcantarillado y purulencia del barrio en el que vivo y trabajo. Toda agencia de detectives que se precie debe encontrarse en un lugar con una atmósfera especial. En nuestro caso, la atmósfera tenía la consistencia de un cubo de gelatina.


Llegué a la oficina, esperando pasar otra noche aburrida leyendo la prensa del corazón, que es la única que entiendo. Nuestra secretaria, la señorita Bustillo, estaba como de costubre desparramando su abundante pechamen sobre las páginas de algún texto de antropología, en este caso un artículo de la revista holandesa Bijdragen tot de Taal-, Land- en Volkenkunde. Me sorprendió que en vez de saludarme con un "hola, encanto" como tiene por costumbre me dijera que había alguien que quería verme esperando en la salita.
- En realidad el visitante no le ha mencionado a usted para nada -aclaró la señorita Bustillo-, sino que está buscando al señor J. Arístides.
Seguro que se trataba entonces de una propuesta para algún trabajo sucio. Pero mi compañero, y sin embargo amigo, no estaba disponible. Llevaba ya un par de meses encerrado en la biblioteca del barrio preparándose unas oposiciones para funcionario de prisiones, después de descubrir (un poco tarde en la vida) que su verdadera vocación consistía en ser vigilante de las duchas de una cárcel femenina. Me calé fuerte el sombrero, hice de tripas corazón (y también unas cuantas notas musicales en el rango de los bajos) y entré en la sala de espera a ver quién era el misterioso visitante.

Lo que nosotros llamamos "sala de espera" es, en realidad, uno de los rellanos de la escalera de incendios del edificio, sin mantenimiento desde 1939. El visitante aguardaba muy quieto, intentando no respirar no fuera a ser que las vibraciones terminaran de hundir el andamiaje. Su cara me resultaba vagamente familiar. Era un hombre de mediana edad, moreno, con ese tipo de masculinidad que puede resultarle atractiva a ciertas mujeres en plena desesperación de la menopausia. Sus ropas, controladamente casuales y cuidadosamente diseñadas para aparentar ser del Zara pero unas noventa veces más caras, así como sus manos suaves de no haber dado un palo al agua en toda la vida me indicaron que me encontraba ante un capo de la mafia o un político, lo que viene a ser lo mismo.
- El señor J. Arístides no va a poder atenderle. Le ha partido un rayo -mentí-. Yo soy su socio, por si puedo ayudarle. Permítame presentarme: soy Mike, a secas.

- Encantado, señor A Secas -dijo él, haciéndo que cayeran a su alrededor varios trozos de metal de la escalera-. ¿Podemos hablar en el interior?

- De acuerdo -dije-. ¿Tiene alergia a los gatos?

- Sí, un poco -dijo él, preocupado, mientras entraba por la ventana.

- Ah, estupendo -dije yo-. No tiene nada de lo que preocuparse entonces. Las ratas de nuestro edificio son tan grandes que se comen a todo gato que entra...
La conversación casual se terminó en cuanto entramos en mi despacho. Aparté las páginas del Hola (con el reportaje de la boda del Príncipe de Gales y Lady Diana: admito que leo algo despacio). Y le pregunté, en mis mejores modales, qué tripa se le había roto.
- Usted ya me conoce, por supuesto -dijo él. No era una pregunta.

- Sí, por supuesto -mentí yo. La verdad es que aunque el tipo me sonaba de algo, no era capaz de situarlo. Pero un detective ha de dar la imagen de ser un hombre informado y al tanto de todo, así que continué con cara de póker-. ¿Qué le trae por aquí, señor A....., em, B......, esto C...... ?

- Pedro -dijo él.

- Ya lo sabía -corté yo-. Le estaba poniendo a prueba-. Hay muchos impostores últimamente haciéndose pasar por usted. 

- ¿Ah sí? Lo desconocía. Cuánto masoquista hay suelto... En fin, vayamos al grano: vengo a que investigue su compañero, sobre el cual tengo excelentes referencias, o usted, si no queda otro remedio, una desaparición.

- ¿Ha acudido usted a la policía?

- Quite, quite: jamás en mi vida he tenido ninguna confianza en las Instituciones del Estado. ¿Me toma usted por tonto? Mejor que esto quede entre usted, yo, y su secretaria, que sé que nos está escuchando detrás de la puerta: oigo perfectamente cómo sus pezones golpean contra el pomo.

- Ejem -dije-. De acuerdo. ¿Quién ha desaparecido?

- Quién no: quiénes -respondió él-. Quiero que localice a los tres o cuatro millones de votantes que ha perdido mi partido. No tenemos ni idea de dónde pueden haber ido. Usted, que tiene más experiencia en este tipo de cosas, ¿cree que puede tratarse de un asunto de cuernos? Tengo entendido que hay gente que ve con malos ojos lo mío con Mariano...

- ¿Cuándo fue la útima vez que les vio, y dónde?

- Creo que fue en las Elecciones de 2008. Aunque por aquel entonces mandaba Pepelu... Estaban haciendo ese tipo de cosas que hacen los votantes: hacer sus labores, creerse cualquier estupidez que se les prometía durante la campaña... vamos, lo típico. Pero ahora no están por ninguna parte. ¿Cree usted que puede tratarse de una abducción extraterrestre?

- Mire, creo que no voy a poder ayudarle -le dije tras pensármelo un rato-. Creo que su caso requiere otro tipo de investigador privado.
Y, despidiéndole con cierta pena, como quien echa de casa a un perrillo abandonado, le entregué esta tarjeta:






2 comentarios:

Christian Ingebrethsen dijo...

¿Y para eso tiene que recurrir a un detective y a una medium? Aunque bien mirado tenía haber preguntado por su vergúenza y su intelecto que esta es la típica historia en la que al final el protagonista descubre que las respuestas que tanto buscaba estaban deep within his heart... Ah no, que me informan de que el protagonista no tiene de eso. Pues nada...

Anónimo dijo...

Mike: si sigues despachando clientes fácilmente manipulables no vas a tener cuartos ni para pagar la pensión Loli.
Saludos desde la sala de oposiciones.
Joseba

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