octubre 06, 2015

Lestat, el Moñas

Yo era, a la sazón, otra adolescente obnubilada por la literatura romántica de vampiros. Las adolescentes, ya sean hembras o machos, adoran a los vampiros. No es de extrañar: los vampiros  son elegantes, bellos, pálidos, inmortales y no solamente pronuncian las uves de una forma llamativa sino que además tienen pelazo. Y tienen poderes molones, no lo olvidemos. Pero llevan una existencia solitaria porque son unos incomprendidos, solo por el detalle insignificante de que se alimentan de sangre humana. Los vampiros, al igual que las adolescentes, se enfrentan a un mundo injusto que no les comprende, y por eso a todas las adolescentes les gustaría llamarse Nycteria o Valdifass, vivir en un sombrío caserón rodeado de antigüedades y alimentarse a base de glóbulos, plaquetas y plasmas varios.

Lo que las adolescentes no saben es que a todos los vampiros les gustaría a su vez llamarse Lola o Julián,  vivir en una urbanización con piscina y pista de pádel, y telefonear de cuando en cuando al Telepizza para pedir una con extra de queso.

Así que yo, como adolescente obnubilada, devoraba las novelas de Anne Rice. De hecho, me avergüenza reconocerlo, incluso me parecían buenas.  La juventud es una terrible enfermedad que, afortunadamente, se cura con el tiempo, como los catarros... si no te mata antes, como la tuberculosis.



De aquellos tiempos me ha quedado un romanticismo residual que me empuja a leer nuevas entregas de sagas literarias que me engancharon en mi juventud. En este caso, la última fechoría de la Rice: El Príncipe Lestat. Se resume en los siguientes párrafos:

Lestat, el inmortal vampiro de trescientos años, sufre mucho. Sufre porque no sufre lo suficiente. El mundo está lleno de belleza y él trata desesperadamente de ser malo, malísimo, pero no le sale, porque en el fondo lo que inunda su corazón -amén de la sangre de la gente que va matando por ahí- es el amor. Los vampiros aman muchísmo a todo el mundo: a los mortales, a los fantasmas y sobre todo a otros vampiros. A veces los vampiros se intentan matar entre sí, pero todo resulta ser por algún malentendido y pasados dos o tres siglos se vuelven a encontrar y piensan unos de otros que están estupendos y que se quieren un montón, y entonces se abrazan y se besan en los labios, pero sin erecciones ni cosas de esas propias de gentuza de baja estofa.

Van apareciendo vampiresas y vampiresos, a cual más anciano: mil, dos mil, seis mil años. Quién da más. Cuanto más viejo es un vampiro, más poderoso y más amoroso es. Todo el mundo se quiere mucho. La vampiresa Marifú es la criatura más bella de la creación hasta que aparece el vampiro Vladomiro, que es mucho más bello, y así sucesivamente. Son todos tan guapos que a la autora se le acaban los adjetivos por la página treinta y a partir de ese momento ya todos son iguales, aunque van alternándose personajes rubios de pelo largo y morenos de cabellos ondulados y labios sensualmente carnosos.

Se acarician y se admiran mucho, así en plan homoerótico, que por lo visto es mucho más sugerente. Los vampiros no follan, pero les encanta rodearse de potrancos musculosos y de jamelgas de tetas puntiagudas para que les canten canciones y les reciten poesías y les hagan mucho macramé.

También hay espíritus y fantasmas, que al ser entes desencarnados tienen que esforzarse más que los vampiros para estar estupendos y vestir ropas caras. Pero al final lo hacen igualmente, porque si para algo sirve el poder de la mente es para adquirir unas buenas abdominales.

La anterior Reina de los Condenados fue decapitada allá en los ochenta, cuando la gente llevaba hombreras y se pintaba como puertas, y la que hay ahora no tiene ni mente ni cerebro ni nada de eso y por ello no es capaz ni de peinarse ni de hacerse las uñas. El espíritu que vive en su interior y que es la fuente del vampirismo quiere liberarse y para ello mata a mucha gente, pero con mucho amor, porque todo lo vampírico mola cantidubi.

Y aunque casi todos los vampiros del libro son más antiguos y más poderosos y más formidables que Lestat, todos esperan que sea él quien lidere a los vampiros y les lleve a una nueva época dorada donde se puedan amar muchísimo unos a otros, a ser posible desde ciudades a varios continentes de distancia unas de otras. Siguen apareciendo vampiros de montones de años de edad y todos tienen nombres en italiano o en francés, especialmente aquellos nacidos en época de los hititas. Guapísimos, muy bien peinados y con unas sonrisas estupendas. Aquello parece un mítin de Ciudadanos.

Y no sé lo que pasa después, porque aún no he terminado el truño, y no sé si llegaré a hacerlo. Con mucho amor, eso sí.

4 comentarios:

Alex dijo...

Siempre he agradecido aquella decisión que tomé hace años de nunca leer nada de Mrs. Rice.

starfighter dijo...

Jamás pude leer nada de la Rice y sus vampiros. Para colmo ví la película del Tom Cruise y ya las pocas ganas que pudiese tener desaparecieron fulminadas. Y confieso que también he leído truños con la excusa de "es que es de un escritor afamado o un clásico". Disfruta de tus pequeños placeres culpables.

Robin Shilvadin dijo...

Eso te pasa por abrir un libro. Aunque con tu crítica te agradezco que vuelvas a reafirmarme en que como mucho, como mucho, como muchísimo, releer las novelas de Mundo de Tinieblas. Y ya.

Oscar dijo...

Mejor pasate al último que ha sacado de la bella durmiente. Ahí si que hay sexo a tope. En las crónicas hace tiempo que se le fue de las manos la historia aunque a mi me ha molado recuperar los personajes de cuando era un poco moñas.

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