diciembre 06, 2015

Mala hostia dominical

A mi Santa Madre, cuando vengo de visita a Segovia, le gusta que vaya con ella a misa los domingos. Es una pequeña tradición familiar y yo la acompaño con gusto, sin exteriorizar esa sonrisilla interior que me asalta al imaginarme entrando en el templo y echándome a arder como un vampiro de película de serie B. Por suerte, hasta el momento no he sufrido ninguna combustión espontánea. 

Ateo como soy, no me desagradan necesariamente los tres cuartos de hora de misa, siempre y cuando se produzcan con una frecuencia no mayor que una vez al mes. Es un rato que tengo para hacer compañía a mi Madre y al mismo tiempo estar pensando en mis cosas, en una sala fresquita en verano y cálida en invierno, preferiblemente con algo de románico que contemplar. El ambiente de parroquia vieja castellana, con sus señoras achaparradas desafinando las canciones, sus curas sudamericanos intentando por todos los medios (sin éxito) ser aceptados en la comunidad y sus responsos recitados en automático a ritmo de metralleta, tiene algo de siniestro pero es a la vez extrañamente reconfortante: uno de esos pequeños sinsentidos cristianos que dan sabor a la vida. Tras la misa, salimos y tomamos el vermú, que es esa costumbre castellana consistente en tomar cerdo muerto acompañado por cualquier bebida que NO sea vermut.

Este plácido panorama dominical se ve alterado cuando mi Madre decide ir a la misa de doce de la iglesia de ese colegio donde estudié de niño. Es la temible Misa de los Niños, en la que los protagonistas son las probres criaturas que se preparan para tomar la Primera Comunión ese año. A mi Madre le encanta la misa de los niños. A mí me horroriza.




Es una cuestión ética. Me repuga contemplar el triste espectáculo de la programación de la mente infantil. Los niños van subiendo frente al altar a leer pequeñas oraciones y a recibir las risas condescendientes de los adultos cuando se equivocan al pronunciar alguna palabra. ¡Son tan ricos! Como las focas en el zoo cuando saltan y dan palmas. Cantan canciones adorando a un amigo invisible, en un acto de esquizofrenia socialmente aceptada, y recitan las lecciones que el cura les ha estado enseñando durante la semana. A la hora del Padrenuestro, cantado, mueven sus manitas en una bochornosa coreografía en la que abundan el mover los hombros, juntar las palmas, inclinar la carita y hacer mohínes de niño bueno, como robotitos bien programados.

Se me llevan los demonios. Salgo siempre de la iglesia con un cabreo monumental, que me trago religiosamente -nunca mejor dicho- por bien de la armonía familiar.

Me pongo en el lugar de esos niños y me recuerdo a mí mismo a su edad, cuando yo me tragaba toda esa basura, y me estremezco. Del niño santurrón y convencido de ser el favorito de Dios que fui surge el adulto neurótico y emocionalmente dañado que soy hoy en día.

"A mí me parece bien", suele decir una adulta, a la que no se puede acusar de ser en absoluto religiosa, que conozco: "al menos allí no les enseñan nada malo". A lo que se refiere es que uno puede estar o no de acuerdo con las fantasías religiosas, pero que al fin y al cabo en la catequesis a los niños se les enseña una serie de valores buenos: la bondad, el perdón, la fraternidad, el respeto a los mayores, etcétera. La idea es que el enseñar religión es un envoltorio adecuado para una serie de mensajes positivos que forman adecuadamente a los niños.

Le niego la mayor.

Hagamos el siguiente ejercicio mental: imaginemos que la catequesis la sustituyéramos por unas clases del mismo nombre e idéntico contenido, salvo que sustituyéramos toda referencia a dioses, ángeles, elfos, santos y vírgenes por menciones a un partido político. Que los niños una vez por semana hicieran un acto en el que profesan su amor y devoción a, yo que sé, el Partido Popular, que rezaran al Presidente del Partido en vez de a Dios, y que les enseñaran que hay que ser buenos y perdonar y todas esas virtudes maravillosas e indudablemente positivas porque es lo que les pide el Partido. ¿Cómo nos sonaría eso? A adoctrinamiento, puro y duro: se montaría un escándalo de tomo y lomo, y con toda la razón. Pero no pasa nada si todo eso se hace en un marco religioso, porque al fin y al cabo es a lo que estamos acostumbrados.

Educar a los niños es la labor más seria y trascendental que puede hacer un adulto. Dejar esa eduación en manos de sacerdotes, imanes, chamanes, rabinos, gurús y santones me parece una escandalosa y vergonzosa dejación de responsabilidad educativa por parte de los padres y los gobiernos. Como se suele decir (normalmente por la misma gente que cree adecuado educar cerebros maleables e indefensos en supersticiones variadas): "¡Los niños! ¿Es que nadie va a pensar en los niños?"








1 comentario:

Christian Ingebrethsen dijo...

Coincido contigo a grandes rasgos, los padres de ahora racanean demasiado en la educación de sus hijos, entiendo a tu amiga cuando dicen que en catequesis aprenden valores pero eso están o deberían estar los padres, no la religión o Peppa Pig.

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