abril 24, 2016

The Mommy Argument

Mi mamá es la mejor del mundo. Al igual que las mamás de todos los demás.

Está este muchacho de diecinueve años que me escribe por WhatsApp todos los días. El chico es una monada y tiene el loable, pero poco práctico, objetivo de que yo me lo folle algún día: poco práctico porque vive a ochocientos kilómetros de mí, y eso significa que, aunque él aún no lo sepa, jamás nos veremos las caras en persona. Ni mucho menos el resto de apéndices. La conversación erótica a distancia da muy poquito de sí a partir de un determinado momento, máxime cuando uno de los dos pone poco interés en el asunto, así que tarde o temprano teníamos que acabar hablando de política.

Fue de la manera más tonta. Le pregunté qué libro había comprado por el Día del Libro y me respondió que el de Esperanza Aguirre. Me pareció una broma muy divertida, pero él me dijo que iba totalmente en serio. Que él era muy español y mucho español. Del PP, por supuesto, que es la única forma buena de ser español. Porque solo un chaval de las Juventudes del PP puede llevar una pulsera con la bandera española con orgullo, aunque los de izquierdas les llamemos fachas por ello.

No entré al trapo. Le dije que era una bandera muy bonita, aunque a mí me gustaran más personalmente las de Australia y la de la compañía de combustibles italiana anteriormente conocida como Agip, hoy en día Eni. La primera me encanta porque aparece la Cruz del Sur y la segunda porque siempre he querido tener como mascota un perro mutante de seis patas que respire fuego. Las banderas son trozos de tela muy bonitos, muy decorativos, y todo el mundo está en su derecho a tener su favorita.




Pensó que le estaba tomando el pelo. La bandera española era mucho mejor porque significaba cosas muy profundas. Le pregunté que cuáles, exactamente. Él me respondió que España era un gran país, con sus defectos por supuesto, pero que también con muchas otras cosas que admirar.

¿Sabéis otro país que tiene sus defectos pero muchas cosas que admirar? Canadá. 

Le pregunté al chico si no estaba orgulloso de la bandera canadiense. Me dijo que no, claro, porque él no era canadiense, sino español. Muy y mucho.

Todo lo cual es muy de sentido común, pero muy poco interesante. El sentirse orgulloso de un país por el hecho de haber nacido en ese país no tiene nada de especial. Es más: ni siquiera dice nada acerca del país en sí. Es sólo un efecto de perspectiva. 

Le pedí que hiciera el ejercicio mental de imaginarse canadiense, nacido en la mismísima Toronto, y le pregunté qué sentiría entonces por los colores de la bandera española. Tuvo la sensatez de reconocer que, en ese caso, nada en absoluto. Se sentiría orgulloso de ser muy canadiense y mucho canadiense.

Respeto el amor por las banderas del mismo modo que respeto la adhesión a una religión o el amor de un hijo a su madre: es algo natural que todos sentimos (al menos lo último) y que resulta psicológicamente entendible. Todos tenemos el mejor país del mundo, el mejor dios del mundo y la mejor mamá del mundo. Pero me cuesta mucho trabajo tomarme intelectualmente en serio a los adultos que se comportan públicamente como si de verdad se lo creyeran.

De niños, todos estamos absolutamente convencidos de que nuestra mamá es absolutamente la mejor que existe. Luego crecemos, y nos damos cuenta no solo de que nuestra madre tiene sus fallos como todo quisque, sino además de que no puede ser simultáneamente cierto que nuestra madre y la del vecino sean a la vez la mejor que existe: sólo uno de los dos puede tener razón. Probablemente, ninguno.

Lo mismo pasa con las religiones. No puede ser que Alá sea el único Dios Verdadero y que a la vez Wotan sea el Padre de Todos los dioses. Probablemente, ni una cosa ni la otra.

El proceso de darse cuenta de que nuestra madre no es la mejor del mundo forma parte de lo que se llama "madurar". Muchos de nosotros seguiremos todas nuestras vidas sintiéndonos como si nuestras madres fuesen las mejores que existen, pero sabiendo que no es cierto. El tener sentimientos preciosos pero no tomarse de forma literal sus implicaciones es una cualidad del adulto.

Sin embargo, hay mucha gente que no es capaz nunca de hacer el mismo salto de madurez en lo que respecta a su país o a su amigo imaginario favorito. Como en España no se vive en ninguna parte y mi dios puede a todos los de Egipto (aunque resulte curioso que crea que haya dioses de Egipto a los que poder vencer cuando también sostengo la firme creencia de que Dios es el único que hay). 

Está claro que amamos de forma especial la tierra, el idioma, la cultura y las gentes que nos vieron nacer y crecer... pero de ahí a creerse de verdad que nuestro país es objetivamente mejor que otros (como Australia o Canadá) hay un gran trecho que se resume en dos conceptos: falta de madurez y falta de perspectiva.

Del mismo modo que no puedo tomarme en serio al borracho de tasca que se pega de hostias con un parroquiano porque ha mentado a su madre, que es una santa, no puedo tomarme en serio a un nacionalista que actúa como si su país fuera el mejor solo por el mero accidente de haber nacido en él. Ni tampoco me puedo tomar intelectualmente en serio a una persona que profesa una religión concreta simplemente por el mero accidente de que le hayan enseñado esa y no otra de niño.

Así que al chaval le dije que me parecía muy bien su orgullo españolista. En él, es de esperar. Al fin y al cabo, tiene diecinueve años: es inmaduro por definición. Los que me preocupan seriamente son los de sesenta años que siguen sin haber crecido mentalmente.






6 comentarios:

Christian Ingebrethsen dijo...

De vez en cuando tengo enganches con gente que se cree que odio España (de hecho uno de mis próximos posts versarán sobre eso) pero recuerdo que una vez un conocido me dijo que escuchaba una música rarísima por el mero hecho de que era en inglés (lo más gracioso es que en ese momento estaba escuchando a Russian Red pero ni me moleste en decirle que era española). Ya cuando me dijo que aparte de que todo lo español era lo mejor del mundo se atrevió a decir que Bisbal es ya el sumum de la excelencia a lo que le contesté "Me vas a decir ahora que un paleto que todo lo canta igual y que para suplir sus carencias mueve el culo y los rizos es mejor que Michael Jackson, por ejemplo". Su incontestable argumento fue que Bisbal era el mejor por ser español. Algunos no evolucionarán nunca...

Anónimo dijo...

Vamos a ver, entonces si uno te dice que está contento de ser madrileño, o valenciano, o catalán, es una maravilla, pero si te dice que está orgulloso de ser español es facha e inmaduro, no? Pues nada, oye, así nos va...

Alex dijo...

No veo nada de malo tener orgullo de nuestro país (o como lo dices, nuestra madre o nuestra religión, el club de futbol, el grupo de música, etc). Lo malo es no racionalzarlo y/o tratar de imponerlo a los demás...

Sufur dijo...

No, Gayalguien: vuelve a leerme con un poco más de calma. Opino lo mismo de los nacionalistas alpujarreños que de los españoles o los indochinos. De hecho, opino lo mismo de cualquier persona que se sienta orgullosa de algo que no ha hecho: es un infantilismo. "Estoy super orgulloso de ser de este sistema solar por los anillos de Saturno". Tierno, cuco incluso, como la mayor parte de las cosas que hacen los niños, pero irrelevante.

PasaElMocho dijo...

¡racionalista!

me ponga una ración de judiones, una de cochinillo y una de ponche, sisplau.

Moriarty dijo...

Si yo hubiera hablado de política antes del coito con la inmensa mayoría de mis ligues, estoy seguro de que hubiera follado muchísimo menos.

Al tema: yo, con don Manuel Sanchis Guarner, creo que en lo que suele diferenciarse una persona con inquietud cívica (un patriota en el sentido noble de la palabra, que lo tiene) de un mentecato es que la primera siempre está insatisfecha con su país, mientras que el segundo está convencido, como los sicilianos de El Gatopardo, de que no pueden mejorar nada por la sencilla razón de que es (son) perfecto(s).

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