noviembre 09, 2016

El Señor Mayor que hay en mí

Asisto, aterrado, a un espectáculo perturbador: el de mis propias emociones. 

No sé si habréis tenido alguna vez la inquietante experiencia de estar viendo las imágenes de un horrible accidente en carretera y no poder apartar la mirada. O de ver que hay un erizo aplastado en la calzada y no poder evitar acercarte a ver cómo han quedado desparramados sus intestinos. Hay algo dentro de muchos de nosotros que se regodea en lo catastrófico, que no puede dejar de contemplar lo truculento, que siente curiosidad por los detalles más dolorosos. Y no se trata solamente de asistir (con el metafórico cubo de palomitas de maíz en mano) al espectáculo de la desgracia ajena, sino también de revolcarse en la propia (que me lo digan a mí, que soy obsesivo-compulsivo y me paso el día todo entretenido repasando mentalmente mis momentos de angustia): esa fuerza interior que nos arrastra a admirar el desastre.

Me avergüenza mucho tener esa faceta.

Algo de esto me ha sucedido hoy. Me desperté a las seis de la mañana para ir a mear –mi próstata ya no es lo que era–, encendí el móvil para mirar cómo iba el recuento de votos en los Estados Unidos, y ya no pude volver a pegar ojo. Peor aún, no pude dejar de mirar la pantalla y refrescarla cada quince segundos. Ya estaba clarísimo cuál iba a ser el resultado, pero no podía dejar de mirar. Igual que con lo del erizo espachurrado.

Fascinación morbosa por lo catastrófico. Debería hacérmelo mirar.

Pero hay algo peor aún. Otra faceta de mi personalidad de la que me avergüenzo más todavía: la pequeña parte de mi que se alegra porque haya ganado Trump.

Sí, como lo habéis oído.

Es esa faceta que yo llamo mi Señor Mayor Interior. Ese que está esperando que alguien cuente una mala noticia para poder decir triunfalmente:

"¿Ves? Lo que yo decía"

O su variante:

"No digas que no te avisé"

Mi Señor Mayor Interior se alegra cuando pasan cosas malas, incluso si esas cosas malas le afectan a él, porque así se puede poner cínico, que es algo muy satisfactorio, y porque se siente superior a los demás al llevar la razón en que todo está fatal. Mi Señor Mayor Interior se alegra cuando oye hablar de un divorcio "porque se veía venir". Mi Señor Mayor Interior aplaude cuando alguien se da un trompazo con el coche porque "así aprenderá a conducir como es debido". Mi Señor Mayor Interior está deseando que se inunden las ciudades costeras de medio mundo para poder decir: "lo que yo decía, insensatos: ¡calentamiento global!". Mi Señor Mayor Interior se muere de ganas de que me caiga un buen castigo divino, preferiblemente en forma de enfermedad incurable, por mi estilo de vida ateo, hedonista y liberal. Así aprenderé lo que es bueno. A mi Señor Mayor Interior parece que Trump le va a dar mucho juego.

Estoy pensando ponerle a mi Señor Mayor Interior un taxi, para que pueda dar rienda suelta a sus comentarios. Preferiría darle en adopción y librarme de él, pero me temo que no va a ser posible. El Señor Mayor Interior está para quedarse.

Mi Señor Mayor Interior es uno de los monstruos que llevo dentro.  Y hoy, más que nunca, los monstruos están de moda.







3 comentarios:

Anónimo dijo...

Plas! Plas! Plas! Plas!
Bravo....

Anónimo dijo...

Muy buena entrada, me he encantado lo que dices pero sobre todo cómo lo dices. Y saluda de mi parte a ese señor mayor, jeje.

Alex dijo...

Igual ando yo con estas cosas... Cuando vi el resultado, ufff.... Me sentí mal, mal.

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