marzo 24, 2017

Gestión de conflictos

Mi problema, tal vez, es que nunca he tenido problemas.

No sé bien cómo gestionar las situaciones de conflicto. La vida me ha tratado tan bien que no he tenido muchas oportunidades para aprender.  

No tengo hermanos, así que nunca he tenido con quién pelearme de forma regular. Por supuesto que de niño tuve mis riñas de patio de colegio, como todo el mundo, pero desde entonces todo me ha ido bastante rodado: estoy a cuatrocientos kilómetros de las broncas familiares, en mi entorno laboral inmediato si hay broncas yo nunca las he visto, y he tenido la tremenda suerte de encontrarme con un osezno con el que en diecisiete años solo he tenido un enfado digno de mención, y sólo nos duró unas pocas horas. Con él, la disputa más gorda suele ser a qué cafetería vamos para desayunar por la mañana. La gente me pregunta cuál es el secreto para tener una relación tan duradera en estos tiempos, y siempre respondo que cómo sería posible no tenerla, estando al lado un chollo de persona como es el osezno.  En mi vida solo me he enfrentado a un enemigo, yo mismo, y yo, como rival, la verdad es soy bastante birrioso. 

No es que me queje del asunto. ¡Líbreme el todopoderoso Monstruo Espagueti Volador Gigante! Pero hay una consecuencia de todo esto, y es que casi nunca he tenido que enfrentarme a las consecuencias emocionales del conflicto. No sé bien cómo gestionar mis emociones en situaciones de enfrentamiento. Como muestra, un botón: la última vez que tuve un rifirrafe dialéctico fue en una discusión banal de escalera de vecinos, y dormí mal durante casi una semana. Tras aquella pelea de tres al cuarto con la vecina, un buen amigo me dio un consejo inapreciable:

"No le puedes caer bien a todo el mundo. Acéptalo."

Y creo que más o menos lo he aceptado, intelectualmente al menos, pero aunque ya no me llevo un disgusto personal cada vez que alguien me mira mal, eso no significa que me haya aprendido a manejar mis emociones.

No me estoy refiriendo a la agresividad. Es verdad que en las raras veces en que discuto por algo tiendo a calientarme y perder cierto control, sí, y eso es un problema muy serio. No me siento nada orgulloso de ello y es algo sobre  lo que tengo que trabajar duramente, pero tampoco creo que mi forma de reaccionar sea más virulenta que la de la mayoría de las personas.  Tal vez alce mi voz más de lo debido o diga algo de lo que luego me arrepienta, pero creo que no soy de los de sacar el bate de béisbol y los puños americanos en un arrebato. No, lo que me trae frito hoy es una cosa diferente: el llamado "post-pelea", que me está dando un día un poco horripilante.



La culpa es de las puñeteras Vicisitudes de la Vida: son ellas las que me han colocado en una posición en la que me toca luchar y hacer mías peleas de otros. Esta mañana he tenido una de ellas, con una de las conversaciones de teléfono más absurdas y desagradables que he tenido el disgusto de mantener nunca. Menos mal que la conversación, por llamarla de alguna manera, se vio interrumpida por la llegada de un paquete postal que tenía que bajar a firmar, que si no aún estaríamos agarrados al auricular y la escalada de las hostilidades habría sido de ríete tú de la Guerra de los Cien Años. Pero la cosa no se va a quedar aquí, y preveo que las próximas semanas van a ser interesantes de lo lindo.

Aquí es donde viene mi petición de auxilio: ¿qué hago yo ahora con este disgusto que llevo dentro? ¿Cómo se maneja esto? Esa sensación de ardor que te revuelve las tripas y no te deja reposar, que te acelera el pulso y te lleva una y otra vez a revivir la conversación; a imaginar respuestas mordaces y certeras que jamás llegarán a ser dichas en su momento justo. Esa especie de sentimiento de culpa por atacar y haber sido atacado. Esa sensación de inferioridad, la duda de si el otro habrá tenido la razón o si simplemente es que es mala persona... todo eso que lleva dándome vueltas a la cabeza todo el día, y seguirá haciéndolo sin duda todo el fin de semana, y que me lleva a estar intentando desahogarme en estas líneas en vez de hacer lo que debería hacer, que es concentrarme en mi trabajo y responder al referee de mi artículo, que ya va siendo hora. Con la pequeña tortura adicional de ser consciente de que todo esto en es el fondo por una soplapollez. ¿Qué será cuando tenga que enfrentarme a un conflicto de verdad?

En serio, ¿cómo hacéis, los que tenéis experiencia peleadora? ¿Esto mejora con el tiempo o va a ser siempre así? Porque, sinceramente, me entran ganas de meterme a alguna otra profesión que me obligue a aislarme por siempre de mis semejantes, como monje, informático o algo así. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Entiendo perfectamente cómo te sientes. Si bien he tenido que enfrentarme a matones de colegio, situaciones absurdas e injustas, y otras vicisitudes toda mi vida (muy feliz esta, todo sea dicho), no puedo evitar darle infinitas vueltas a la cabeza en cuanto sucede algo que me altera, por nimio que sea. A veces pienso que es porque me recuerda a lo que ya tuve que pasar, como si estuviera ligeramente traumatizado por ello. Como ves, pese a ser lo opuesto a lo que te ha sucedido (dices que no tienes antecedentes) lo gestionamos de forma parecida (me temo que mal).
Para evitar perder tiempo y energías innecesariamente, intento despegarme lo antes posible de esos pensamientos (a veces regresan a lo lardo de los meses, años incluso). Respiro profundamente, me tomo mi tiempo de hacerlo, y pongo la mente en blanco. Poco a poco dejo de malgastar mis pocas neuronas en semejantes absurdos.
Espero que te pueda servir un poco.

Anónimo dijo...

Por cierto, me río mucho con tus posts.
Y enhorabuena por los 17 años con el osezno. Y que sean muchos más!

LinkWithin

Blog Widget by LinkWithin

Adoradores