septiembre 09, 2008

Sufur de la India (V): agua y piedra

Ahora que el verano parece haberse desvanecido por completo del cielo de Santander y que la lluvia resbala suavemente por los cristales de la galería recuerdo otra lluvia diferente, más intensa y caliente, la lluvia del monzón, cayendo incesantemente sobre las ruinosas fachadas de piedra de Ajanta.

La lluvia del monzón no se parece en nada a la lluvia a la que estamos acostumbrados aquí. El viento prácticamente se detiene y una cortina constante de goterones fluye uniformemente sobre el paisaje, anegándolo todo. El agua es tibia y la mayor parte de los indios han aprendido hace mucho a ignorarla, continuando con su actividad normal sin paraguas y sin otro calzado que sus omnipresentes sandalias abiertas. Sólo los campesinos, que deben pasar largas horas bajo la lluvia constante, se equipan contra ella con una especie de caparazones hechos de caña y hojas de palma o, en estos tiempos globales, de plástico. En las grandes ciudades el monzón contribuye al caos del tráfico formando auténticas piscinas de lodo y manchas de fuel en las cada vez más ruidosas calles. En el campo, por contra, la lluvia apaga todos los sonidos salvo el propio de la lluvia repiqueteando sobre las hojas y contra la erosionada piedra de los templos semiolvidados.



El conjunto de cuevas budistas de Ajanta fue tallado en el granito hace unos dos mil doscientos años y ocupa una de las caras de una profunda hoz en forma de media luna excavada por el torrente de montaña Waghur. Con la decadencia del budismo en esta parte de la India a partir de los siglos VII y VIII, las cuevas fueron abandonadas y su memoria perdida para todo el mundo excepto los campesinos de la zona, hasta que en 1819 una partida de caza británica dio con ellas de forma inesperada. Hoy son zona declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.


El complejo monástico está constituido por varias viharas (celdas de residencia para los monjes) y chaitya-grihas (grandes salas de reuniones y oración), con monumentales entradas esculpidas en la roca y majestuosas columnatas y bóvedas.


Dentro de las cuevas, al resguardo de la acción incansable del monzón y la vegetación, se preservan algunas de las rarísimas pinturas budistas de Ajanta y gran profusión de esculturas que sorprenden por su dinamismo, tan alejado de la clásica imagen del budismo que solemos tener.



A poco más de cien kilómetros se halla el complejo hermano de cuevas de Ellora, también Patrimonio del Humanidad. En vez de un barranco fluvial, las cuevas de Ellora ocupan una ladera rocosa cubierta de vegetación y regada por abundantes arroyos que forman espectaculares cascadas que en ocasiones ocultan las entradas a los templos.


A diferencia de las de Ajanta, las cuevas de Ellora muestran una mezcla de religiones y estilos arquitectónicos: budistas, hinduístas y jainistas, ordenadas cronológicamente.


Se pasa así de las líneas sobrias de los antiguos salones budistas a las fantasías escultóricas de los templos brahmánicos, con sus miles de dioses anónimos esculpidos en la roca a lo largo de los siglos.


El mayor de los templos hinduístas de Ellora, el Kailashanata, es la escultura -si por escultura entendemos una única pieza monolítica labrada- más grande del mundo: su elaboración requirió el trabajo de más de siete mil artesanos a lo largo de tres siglos y el resultado es un impresionante templo con varias alas que ocupa un área el doble de grande que la de el Partenón.



De nuevo la mayor riqueza se encuentra en el interior, a salvo de la lluvia. En la escultura hindú y jainista de Ellora se encuentran muchos elementos tántricos, con imágenes femeninas de rasgos hiperdesarrollados, diosas fértiles de rasgos serenos y curvas exageradas. Para que luego se diga que en este blog sólo salen cuerpos masculinos...





1 comentario:

BIRA dijo...

Hola Sufur! Por fin me paso por aquí, a ponerme al día con todo lo que has escrito en mi ausencia (qué no ha sido poco!). Lo que has contado en este post de vuestro viaje a la India es, de momento, lo que más me ha cautivado. La inmensidad de los templos, la descripción preciosista que has hecho del monzón (que hasta me ha apetecido inundarme con él, si eso es posible, por un ratico)... vamos, que no me importaría nada dejarme caer por ahí... a pesar de la lluvia (que no va mucho conmigo. Será porque la sufro de forma casi constante).

Las fotos son preciosas.

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