Como no hay mal que cien años dure, por fin ha llegado el último día de la reunión. No es que pueda relajarme mucho porque aún me queda por dar una de mis charlas, pero al menos ya noto cerca el final de todo esto (hasta la próxima, en Enero) y el fin de semana.
No fue para tanto. Me estoy volviendo experto en el ejercicio del pesimismo terapéutico, técnica milenaria que consiste en imaginar concienzudamente la peor de las situaciones posibles, a fin de que luego la realidad no sea tan mala como uno se la esperaba. Tras convencerme a mí mismo de que esta semana sería larga y terrible, me encuentro con que simplemente ha sido cansada y aburrida, lo que sin duda es una mejora. Si es que es verdad que quien no se conforma, es porque no quiere...
La habitación Desperdicio ha continuado tristemente vacía casi todo el tiempo, aunque no del todo. Debido a que el tiempo está loco al final la noche pasada la pasé en compañía de un negro zumbón, solo que no del tipo que todos estáis pensando (so cerdacas), sino de este otro. El resultado fue prácticamente el mismo, al menos en el sentido de no dejarme dormir a gusto.
Bologna en otoño está preciosa, cosa que no sorprende demasiado porque ocurre exactamente lo mismo en primavera, verano e invierno. O al menos eso sospecho. Con estos días tan cortos y esta agenda tan apretada, el único provecho que le estoy sacando a la ciudad consiste en salir a cenar. Que en una ciudad tan famosa por su cocina, no es moco de pavo: en la Osteria dell'Orsa te sirven platos sencillos, deliciosos, en un ambiente joven y desenfadado (con camareros merendables, que es algo que siempre alegra la vista). En la pequeña y tradicional Trattoria Fantoni me zampé unos maccheroncini alla norma que casi me hicieron saltar las lágrimas. Y sí: el camarero también estaba merendable. Otra trattoria que hace honor a su fama es la Belle Arti, sita en la calle del mismo nombre, donde los platos de pasta con pescado y marisco están de vicio y donde los camareros, sorprendentemente, no están tan merendables, pero eso se compensa con la elevada merendabilidad promedio de los comensales. Por último, esta noche probaremos la Cantina Bentivoglio, donde la comida no sé cómo será pero tendremos jazz en vivo. Y, casi seguramente, camareros merendables.
Los coffee breaks se están convirtiendo en un problema serio. Nuestro PI nos hace trabajar como mulas, pero cuida que no nos falten los hidratos de carbono ni la cafeína para mantenernos en pie. Los descansos para el café están bien dotados. El primer día me controlé admirablemente, logrando no picar ninguno de los pastelillos, ni por la mañana ni por la tarde. El segundo día mantuve mi integridad por la mañana, pero por la tarde no pude evitar zamparme un cannolo con la ricotta, mi debilidad. El tercer día piqué por la mañana y por la tarde; el cuarto arrasé las bandejas a ambos lados de la mesa del catering. Hoy los camareros me han mirado con indisimulado terror. En cuanto al caffè, me declaro completamete toxicómano: ando por los seis diarios (el del desayuno, el de esperar al autobús, el del break de la mañana, el de la comida, el del break de la tarde, el de la cena). Me dijo una colaboradora que me veía muy "energético". ¿Energético? No: histérico.
Las reuniones de los distintos grupos de trabajo se han ido desarrollando con normalidad: presentaciones técnicas, presentaciones científicas, presentaciones burocráticas y presentaciones a la hora de la cena. Estas últimas son las peores, con diferencia. Por Dior, que al menos me dejen comer los tortellini en paz. Todos estamos tremendamente de acuerdo con que debería haber mayor coordinación, sinergia, comunicación y colaboración entre todos. Esto, traducido al lenguaje de la calle, quiere decir: haced lo que yo os digo, malditos estúpidos. Aparte de eso, los clásicos movimientos de baile propios de las grandes colaboraciones científicas: Grand Plié, arabesque, à terre y defenestración. Especialmente este último. Y además nos hemos hecho una foto todos juntos y fingiendo cara de llevarnos bien.
Aprovechando que es comienzo de mes he podido pillar en el quiosco en una misma semana los números 68 y 69 de Ratman, el cachondo fumetto de Leo Ortolani, y con ellos terminar por fin de leer el arco argumental de La Sombra que se ha ido desarrollando durante más de un año en la colección. A lo largo de todo este tiempo Ortolani ha ido tejiendo una historia de múltiples y complejas ramificaciones, con continuas referencias al mundo del cómic clásico y el cine, llena de continuos flashbacks, rica en implicaciones filosóficas, dotada de un metalenguaje propio y, en definitiva, profundamente aburrida. Ratman me gustaba mucho más cuando carecía de toda pretensión más allá de la de divertir. Pese a todo, cada episodio sigue teniendo puntos absolutamente desternillantes, así que doy por bien gastados los euros que he invertido en mi pequeña y tristemente incompleta colección.
La política italiana me fascina. Durante toda la semana la ciudad ha estada ocupada por manifestantes y huelguistas: jubilados un día, estudiantes otro día, precarios otro, investigadores todos los días... Al mismo tiempo, Berlusconi nunca ha sido más popular que ahora. O bien los sondeos están manipulados, o bien solo hay cuatro gatos descontentos pero han ido a elegir la misma semana y el mismo sitio para reunirse, o bien los italianos tienen una forma un poco rara de demostrar su entusiasmo. Conociéndolos como los conozco a estas alturas, no me atrevería a descartar esto último.
Y mañana, a casa...
No fue para tanto. Me estoy volviendo experto en el ejercicio del pesimismo terapéutico, técnica milenaria que consiste en imaginar concienzudamente la peor de las situaciones posibles, a fin de que luego la realidad no sea tan mala como uno se la esperaba. Tras convencerme a mí mismo de que esta semana sería larga y terrible, me encuentro con que simplemente ha sido cansada y aburrida, lo que sin duda es una mejora. Si es que es verdad que quien no se conforma, es porque no quiere...
La habitación Desperdicio ha continuado tristemente vacía casi todo el tiempo, aunque no del todo. Debido a que el tiempo está loco al final la noche pasada la pasé en compañía de un negro zumbón, solo que no del tipo que todos estáis pensando (so cerdacas), sino de este otro. El resultado fue prácticamente el mismo, al menos en el sentido de no dejarme dormir a gusto.
Bologna en otoño está preciosa, cosa que no sorprende demasiado porque ocurre exactamente lo mismo en primavera, verano e invierno. O al menos eso sospecho. Con estos días tan cortos y esta agenda tan apretada, el único provecho que le estoy sacando a la ciudad consiste en salir a cenar. Que en una ciudad tan famosa por su cocina, no es moco de pavo: en la Osteria dell'Orsa te sirven platos sencillos, deliciosos, en un ambiente joven y desenfadado (con camareros merendables, que es algo que siempre alegra la vista). En la pequeña y tradicional Trattoria Fantoni me zampé unos maccheroncini alla norma que casi me hicieron saltar las lágrimas. Y sí: el camarero también estaba merendable. Otra trattoria que hace honor a su fama es la Belle Arti, sita en la calle del mismo nombre, donde los platos de pasta con pescado y marisco están de vicio y donde los camareros, sorprendentemente, no están tan merendables, pero eso se compensa con la elevada merendabilidad promedio de los comensales. Por último, esta noche probaremos la Cantina Bentivoglio, donde la comida no sé cómo será pero tendremos jazz en vivo. Y, casi seguramente, camareros merendables.
Los coffee breaks se están convirtiendo en un problema serio. Nuestro PI nos hace trabajar como mulas, pero cuida que no nos falten los hidratos de carbono ni la cafeína para mantenernos en pie. Los descansos para el café están bien dotados. El primer día me controlé admirablemente, logrando no picar ninguno de los pastelillos, ni por la mañana ni por la tarde. El segundo día mantuve mi integridad por la mañana, pero por la tarde no pude evitar zamparme un cannolo con la ricotta, mi debilidad. El tercer día piqué por la mañana y por la tarde; el cuarto arrasé las bandejas a ambos lados de la mesa del catering. Hoy los camareros me han mirado con indisimulado terror. En cuanto al caffè, me declaro completamete toxicómano: ando por los seis diarios (el del desayuno, el de esperar al autobús, el del break de la mañana, el de la comida, el del break de la tarde, el de la cena). Me dijo una colaboradora que me veía muy "energético". ¿Energético? No: histérico.
Las reuniones de los distintos grupos de trabajo se han ido desarrollando con normalidad: presentaciones técnicas, presentaciones científicas, presentaciones burocráticas y presentaciones a la hora de la cena. Estas últimas son las peores, con diferencia. Por Dior, que al menos me dejen comer los tortellini en paz. Todos estamos tremendamente de acuerdo con que debería haber mayor coordinación, sinergia, comunicación y colaboración entre todos. Esto, traducido al lenguaje de la calle, quiere decir: haced lo que yo os digo, malditos estúpidos. Aparte de eso, los clásicos movimientos de baile propios de las grandes colaboraciones científicas: Grand Plié, arabesque, à terre y defenestración. Especialmente este último. Y además nos hemos hecho una foto todos juntos y fingiendo cara de llevarnos bien.
Aprovechando que es comienzo de mes he podido pillar en el quiosco en una misma semana los números 68 y 69 de Ratman, el cachondo fumetto de Leo Ortolani, y con ellos terminar por fin de leer el arco argumental de La Sombra que se ha ido desarrollando durante más de un año en la colección. A lo largo de todo este tiempo Ortolani ha ido tejiendo una historia de múltiples y complejas ramificaciones, con continuas referencias al mundo del cómic clásico y el cine, llena de continuos flashbacks, rica en implicaciones filosóficas, dotada de un metalenguaje propio y, en definitiva, profundamente aburrida. Ratman me gustaba mucho más cuando carecía de toda pretensión más allá de la de divertir. Pese a todo, cada episodio sigue teniendo puntos absolutamente desternillantes, así que doy por bien gastados los euros que he invertido en mi pequeña y tristemente incompleta colección.
La política italiana me fascina. Durante toda la semana la ciudad ha estada ocupada por manifestantes y huelguistas: jubilados un día, estudiantes otro día, precarios otro, investigadores todos los días... Al mismo tiempo, Berlusconi nunca ha sido más popular que ahora. O bien los sondeos están manipulados, o bien solo hay cuatro gatos descontentos pero han ido a elegir la misma semana y el mismo sitio para reunirse, o bien los italianos tienen una forma un poco rara de demostrar su entusiasmo. Conociéndolos como los conozco a estas alturas, no me atrevería a descartar esto último.
Y mañana, a casa...
3 comentarios:
Ves como no iba a ser tan malo??? Si al final hasta te lo has pasado bien. Casi me matas con lo de "cerdacas" y con el arrample pastelero, qué bien escribes, jodíoooooo!!
buen regreso y genial finde!!
Después de una semana de muerte, puedo sentarme a leer tus posts, porque además los tuyos son de los que me gusta deleitarme en cada palabra y no leerlos a matacaballo.
Me encantan, vaya descripción, dan ganas de irse para allá, y ves como no ha sido pa'tanto, sufrimiento innecesario antes de tiempo, yo también soy un poco así, no quiero ir, no quiero ir, no quiero ir y luego hasta me lo paso bien... jejeje!
Feliz regreso. Un besote. Alberto
yo he dejado de leer en los dulces, porque hasta que no me coma uno de esos no respiro, ea!
Publicar un comentario