Una de las pruebas más claras de que soy una mala persona es mi afición a poner motes a la gente del gimnasio. Así por ejemplo, ese chico que está cañón y es tan blanco de piel que se pone totalmente (si, totalmente) rosa cuando se pone a sudar es Pinky, el muchacho con cuerpazo pero peinado a lo Cayetana de Alba recibe el apelativo de Actor Secundario Bob, el calvete que se pasa el día en bolas en el vestuario es El Hombre Desnudo, y así muchos otros: el Playero, la Marica Mala, Berlusconi, el Pornoabuelo, Dios, Peluche, y un largo etcétera.
Cuento todo esto no solamente para regodearme en mi propia mezquindad, sino para poner en el contexto adecuado la siguiente frase:
Qué injusta es la vida.
Ligar en el gimnasio siempre ha sido para mí como ordeñar una camella afgana: una cosa que le sucede a otras personas. En un mundo bien diferente al mío. Mis habilidades para el ligue cotidiano son comparables a las de un calamar a la romana, y algún día hablaré de mis frustraciones juveniles al respecto. Pero siempre hay una primera ocasión para todo y, cuando ésta llega... ¿qué me encuentro?
Al Tirillas.
Tirillas es un mote particularmente cruel, y en el fondo un tanto injusto. Al fin y al cabo, el tipo no está tan escuchimizado como podría parecer por el apodo. Se trata de un individuo de edad indeterminada -yo le echo unos cuarenta y tantos-, de formas más bien escasas y aspecto débil, pero tampoco es que sea un horror. Simplemente, es que hay algo en él que me resulta totalmente antierótico. Tal vez sea ese espantoso peinado suyo, no sé.
Aquella habría sido una calurosa mañana de agosto si no se hubiese tratado de una helada tarde de invierno. Estaba yo dándole a los tríceps cuando me di cuenta de un par de ojos penetrantes mirándome como si tuviera un ornitorrinco muerto en la cara. O más bien en otra parte de mi cuerpo. El gaydar me pitaba como una locomotora de vapor oxidada. No estoy acostumbrado a esa sensación, así que probé a devolverle la mirada al Tirillas. Lo que condujo a que el Tirillas se emocionara, me siguiera a las duchas, se paseara de un lado para otro, desnudo y morcillón, mirándome como un gato mira una lata de atún recién abierta, y finalmente intentara romper el hielo conmigo preguntándome acerca del uso de la báscula.
Desde entonces, siempre que me encuentro con el Tirillas sucede algo parecido. Y eso que desde aquel primer día he puesto cuidado en no darle pie a nada. Hoy ha sido particularmente raro: me ha seguido de un aparato de aeróbicos a otro, se ha dedicado a fingir hacer algo con unas mancuernas a mi lado mientras yo hacía abdominales, ha bajado a los vestuarios treinta segundos después de mí, se ha metido en la ducha que estaba justo enfrente de la mía con la puerta abierta y he casi he tenido que correr al vestirme para poder salir del gimnasio y desaparecer antes de que él se terminara de vestir. O sea, es agradable ser objeto de atención, sentirse sueño húmedo de alguien, ser voluptuoso cáliz de las fantasías de un tipo y todo eso, pero... ¿por qué tenía que tocarme ser esas cosas para el Tirillas y no para Evan Wade, por poner un ejemplo?
También es mala suerte que, para una vez que tengo éxito en unos vestuarios, sea con un tipo que no me gusta. Porras.
Cuento todo esto no solamente para regodearme en mi propia mezquindad, sino para poner en el contexto adecuado la siguiente frase:
Qué injusta es la vida.
Ligar en el gimnasio siempre ha sido para mí como ordeñar una camella afgana: una cosa que le sucede a otras personas. En un mundo bien diferente al mío. Mis habilidades para el ligue cotidiano son comparables a las de un calamar a la romana, y algún día hablaré de mis frustraciones juveniles al respecto. Pero siempre hay una primera ocasión para todo y, cuando ésta llega... ¿qué me encuentro?
Al Tirillas.
Tirillas es un mote particularmente cruel, y en el fondo un tanto injusto. Al fin y al cabo, el tipo no está tan escuchimizado como podría parecer por el apodo. Se trata de un individuo de edad indeterminada -yo le echo unos cuarenta y tantos-, de formas más bien escasas y aspecto débil, pero tampoco es que sea un horror. Simplemente, es que hay algo en él que me resulta totalmente antierótico. Tal vez sea ese espantoso peinado suyo, no sé.
Aquella habría sido una calurosa mañana de agosto si no se hubiese tratado de una helada tarde de invierno. Estaba yo dándole a los tríceps cuando me di cuenta de un par de ojos penetrantes mirándome como si tuviera un ornitorrinco muerto en la cara. O más bien en otra parte de mi cuerpo. El gaydar me pitaba como una locomotora de vapor oxidada. No estoy acostumbrado a esa sensación, así que probé a devolverle la mirada al Tirillas. Lo que condujo a que el Tirillas se emocionara, me siguiera a las duchas, se paseara de un lado para otro, desnudo y morcillón, mirándome como un gato mira una lata de atún recién abierta, y finalmente intentara romper el hielo conmigo preguntándome acerca del uso de la báscula.
Desde entonces, siempre que me encuentro con el Tirillas sucede algo parecido. Y eso que desde aquel primer día he puesto cuidado en no darle pie a nada. Hoy ha sido particularmente raro: me ha seguido de un aparato de aeróbicos a otro, se ha dedicado a fingir hacer algo con unas mancuernas a mi lado mientras yo hacía abdominales, ha bajado a los vestuarios treinta segundos después de mí, se ha metido en la ducha que estaba justo enfrente de la mía con la puerta abierta y he casi he tenido que correr al vestirme para poder salir del gimnasio y desaparecer antes de que él se terminara de vestir. O sea, es agradable ser objeto de atención, sentirse sueño húmedo de alguien, ser voluptuoso cáliz de las fantasías de un tipo y todo eso, pero... ¿por qué tenía que tocarme ser esas cosas para el Tirillas y no para Evan Wade, por poner un ejemplo?
También es mala suerte que, para una vez que tengo éxito en unos vestuarios, sea con un tipo que no me gusta. Porras.
17 comentarios:
te gusta Evan Wade? pues sí que pones alto el listón jejeje
Y bueno, yo creo que habrás ligado más de una y de dos veces en el gim, a pesar de ser Santander y tal, pero que no te enteras porque los científicos sois muy despistados para muchas cosas.
Hala, qué raudo comentarista eres, Nils...
¿Hace ruido un árbol que cae en un bosque, si no hay nadie cerca para oírlo?
Pues casi que suena a acosador
Si ese es dios yo me hago creyente ya!
yo es que el gimansio lo veo algo tan surrealista, tios feos de cara que se creen que por ponerse cuadraos van a ser guapos.
tios que se ponen tan musuclosos que dan asco
o aquellos que yase creen superiores por ir al gimansio...
Jajajaja me ha gustado este post... hoy que ando recorriendo la blogosfera he encontrado muy buenos trabajos....
Jaja, suele pasar... siempre nos hace caso el q no nos gusta... pero a todo esto, a que leches vas tu al gym???
¿Verdad que sí, Nyc? Dan ganas de arrodillarse a, ehm, rezar.
Y tan surrealista que es, Henmex. Todo un estudio zoológico.
Gracias por el comentario, Oz :-)
Será ley de vida, Dr, pero anda que no jode. Y lo de mi presencia en el gimnasio se debe a tres cosas, básicamente: a) que tengo un trabajo de los de estar sentado delante del ordenador doce horas al día, b) que mis genes y mi desmesurado apetito me hacen ser la clase de persona que o bien hace algo de ejercicio o se colocaría fácilmente en los 120 kilos y c) que si no fuera, no tendría anécdotas de este tipo para el blog, jejej ;-)
Es la implacable Ley de Murphy, en el gym nunca te persigue el que tú quieres.
Tirillasfobo!
jaja cari, es que Evan Wade pues igual no va a tu gym sino seguro que corretearía detrás de ti mostrando todos sus encantos...
pero al final, todo se reduce a lo mismo, cari: "Los que me van no me vienen, y los que me vienen, no me van".
Bezos
Cuando yo iba al gimansio tenía puestos motes hasta a los recepcionistas, y eran muy crueles. Por suerte a mí no me persiguió nunca nadie, con 10 y 11 años no habría estado bien.
Nene, esto me suena ya a acoso... ten cuidado!... por lo menos si estuviera bueno, pues uno hasta se puede dejar acosar, pero así vaya plan...
A mi en la pisci, ya lo he contado en alguna ocasión, también me pasa bastante pero en plan miraditas y a mi que me gusta el juego..., como cantaba Mónica Naranjo "... esa mirada perdida en la nada buscando lo mismo que tuuuuuú..." para que luego digan que no es grande mi Moni!
De todas formas, estoy convencido que tu gaydar no anda muy fino y que te pierdes más casos de los que eres consciente... jejeje!
Un besuco. Alber
Mi gaydar es casi inexistente, GSL, y además soy miope: el lenguaje corporal y el chino cantonés son dos idiomas en los que tengo más o menos el mismo grado de dominio. Pero en fin, como le decía a Nils, ¿qué más da si existe pero no lo veo? Es igual que si no existiera, jeje
Yo tb soy de los q les pone nombre a medio gimnasio y piscina, además en función de los bañadores q me llevan.
Y aun no me ha acosado ninguno q yo no quisiera. Bueno, solo me "acosó" uno pero resolvimos el problema bajo el agua de la ducha
si si, desde que dejaron de vender la leche a granel creo que se avecina el apocarliiisis
Lo ha puesto el osezno
jajaja, qué bueno! Si es que no hay suerte para nada. Pero mira, el lado positivo dice que ... eh, no le veo lado positivo! juas juas
Me ha hecho gracia eso de que eres mezquino. Hijo, si todo el mal que haces es poner motes (aunque tela los que has puesto, que todo hay que decirlo), dior bendiga tu maldad y la contagie al mundo!
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