Orgullosísimo

Hoy me siento distinto: fuerte, poderoso, capaz de los logros más inauditos y de las hazañas más audaces accesibles al género humano. Y todo gracias a un bote pintura plástica.


El omnipotente Monstruo Espagueti Volador, en su sabiduría y generosidad, me ha dotado de un magro ramillete de virtudes y habilidades para la vida, entre las cuales brilla por su total ausencia la de ser mañoso. Con la caja de herramientas, tengo la misma habilidad que tiene una lata de fuagrás caducada. Con decir que hasta ayer mis máximos logros en el mundo de la ñapa fueron purgar una vez el radiador de mi despacho (y para eso necesité la ayuda de mi mi compañera) y cambiar los tiradores de una puerta de madera (por el complicado proceso de enroscar y desenroscar), queda todo dicho.

La situación se agrava si consideramos que convivo con un osezno que tiene las mismas habilidades en el blicolage que yo: ninguna en absoluto. Debemos ser los únicos mileuristas en régimen de copropiedad de este país que no tienen absolutamente ningún mueble de Ikea en casa. Otro botón de muestra: el otro día estuvimos mirando lámparas para poner en las galerías y acabamos no comprando ninguna porque no teníamos ni idea de cómo colocarlas. Normalmente, siempre que hay que hacer una chapuza en casa tenemos dos opciones: si la chapuza es lo suficientemente grande, pagamos a alguien para que nos la haga. Si la chapuza es lo suficientemente pequeña, se queda sin hacer durante meses hasta que conseguimos engañar a algún pardillo amigo para que nos eche una mano.

Ejemplo de lo primero fue la puerta que hicimos cambiar antes del invierno: se trataba de una vieja puerta de madera que separaba el interior de la casa de la galería donde los gatos tienen su cajón de arena, y que por tanto había que dejar siempre abierta (con la consecuente entrada constante de frío y mal olor a la casa). Ahorramos un poco y la cambiamos por una robusta y moderna puerta de PVC con gatera incorporada, para satisfacción de todos salvo de Baldomero, quien la odia con todas sus fuerzas. Por algún motivo que se me escapa, para cambiar la puerta hubo que picar y enyesar algunas zonas de la pared, así que una vez secado el yeso se hacía necesario pintar el par de metros cuadrados afectados.

Pues bien: apenas hemos tardado cuatro meses en hacerlo.

Y ayer, por fin, tras semanas de incómodas miradas mutuas como diciendo "alguien debería hacer algo con todo esto", me armé de valor (y de rodillo) y pinté la puta pared. Para sorpresa de todo el mundo (en primer lugar la mía) logré hacerlo sin que a) la pared haya quedado sin manchas a lo mural de Barceló ni b) la habitación haya tenido que ser declarada zona catastrófica. ¿Significará estos que un nuevo horizonte de chapa y pintura se abre en mi futuro?

En el lado negativo de la cosa, años de condicionamiento como consumidor de porno gay (y también el no tener a mano un mono que poder ensuciar) me llevaron a realizar la operación prácticamente en bolas, con las ventanas abiertas para no pillarme un colocón de pintura, y hoy tengo un resfriado del recopón bendito...