abril 08, 2010

Vidas Ejemplares de Políticos (III)



Hoy: Don Truculencio Patrañas, Prócer de la Patria

En estos tiempos convulsos de amarillismo político y rebuscadas tramas de presuntas corruptelas perpretradas por presuntos sinvergüenzas, considero que estamos en el mejor momento para recordar con respeto y cariño la vida y obra de un político de verdad, uno de los más insignes hombres públicos que ha dado nuestra ciudad y nuestro país: don Truculencio Patrañas, prohombre, paladín de las causas justas, prócer de la patria, dechado de virtudes públicas y privadas, ínclito mecenas y benefactor, figura señera en nuestro pasado y guía preclara para nuestro futuro.



¿Qué se puede decir de don Truculencio que no se haya dicho ya? A pesar de estar destinado a las más altas glorias municipales, sus orígenes fueron más que humildes: su padre, don Críspulo, era sexador de pollos y su madre, doña Ricarda, compaginaba con esfuerzo los cuidados del hogar con el ganar algunas pesetillas para las arcas familiares pelando colas de langostinos para los niños ricos de la ciudad. Fue una infancia dura. El joven Truculencio, viudo de nacimiento, tenía a la sazón seiscientos o setecientos hermanos, todos ellos siameses, que a duras penas cabían el comedor a la hora de la merienda. Los rumores que afirman que fue don Truculencio quien se comió a su hermano Teresito son totalmente infundados y son fruto de la maledicencia de sus enemigos.

Ya en la escuela de las Hermanas Perforatrices, el joven Truculencio empezó a manifestar inquietudes políticas. Todos los días se adelantaba a la maestra (sor Tijereta de los Sagrados Riñones de Cristo, creo que se llamaba) e insistía en inaugurar oficialmente la lección él mismo. Antes de eso, se dedicaba a dar besos a los niños más jóvenes, repartía fotos suyas y prometía a sus compañeros que él no iba a cambiar. Eso, todos y cada uno de los días. Por algún motivo, las buenas hermanas le recomendaron que se pasara a la pública antes de terminar el curso.

Don Truculencio no perdió nunca su afán inaugurador. Para él, cada detalle era digno de una buena inauguración: mientras otros muchachos de su edad empezaban a flirtear con muchachas y ahorraban para comprarse una escúter, el joven Truculencio se gastaba su exiguo sueldo de repartidor de chufas en comprar metros y metros de cinta inaugural y tijeras. Un buen día, mientras inauguraba la catedral de la ciudad -cosa harto difícil de hacer, teniendo en cuenta que llevaba cuatro siglos inaugurada y que en ese mismo momento salía de sus puertas un cortejo fúnebre, camino al cementerio-, atrajo la atención de quien se convertiría en su maestro y mentor político, mosén Obdulio Ganapán. Bajo su tutela, don Truculencio pudo canalizar sus ansias inaugurales en servicio a la ciudad.

Fueron años de intensa devoción funcionarial. Bajo la égida de mosén Ganapán, don Truculencio ascendió rápidamente a través varios estamentos del consistorio: palafrenero de los establos del señor teniente de alcalde, asistente de taquimecanografía, ahormador de sombreros oficiales, sujetavelas, fruncidor de ceño (un rango de funcionario poco conocido pero de vital importancia, cuya función consiste en mirar amenazadoramente a los ciudadanos que se acercan a la ventanilla), responsable de la perrera municipal, traspapelador (otro tipo de funcionario muy cotizado, el que se encarga de perder impresos) y, finalmente, concejal de Cortinajes Oficiales.

Precisamente de esa época proviene su primera gran iniciativa política. Tras la muerte del concejal de Bienestar por causas naturales (fue embestido por un rebaño de ñus salvajes, y no hay nada más natural que un buen ñu), don Truculencio fue comisionado para ocupar la concejalía vacante. A los pocos meses presentó ante el Pleno del ayuntamiento el Plan Urbano de Bienestar Y Seguridad (PUBYS), en el que proponía acabar con las bolsas de pobreza sustituyéndolas por otras de plástico reciclable. Don Truculencio pasó los siguientes meses en campaña informativa, mostrando su PUBYS a todos los ciudadanos que se pusieran a tiro. Al final, el PUBYS fue aprobado por seis votos contra cuatro, dos abstenciones y siete votos considerados nulos por suicidio colectivo de los ediles correspondientes.

Era el momento de dar el salto a los niveles más altos del ayuntamiento. Aquel año don Truculencio fue por primera vez cabeza de las listas electorales por su partido. La campaña electoral fue durísima; durante un mítin de la misma, don Truculencio acuñó la frase que le haría famoso: "que ningún ciudadano se quede sin croquetas". Dicho y hecho, a partir de ese momento todos los actos públicos de su campaña fueron presididos por bandejas de croquetas que elegantes señoritas -elegidas personalmente por don Truculencio de entre el ala femenina de las juventudes del partido- repartían entre los asistentes. La reacción no se hizo esperar: los partidos rivales contraatacaron con empanadillas y palitos de pescado. Pero el golpe más fuerte vino de su archienemigo Ataúlfo Cucaña, líder de la oposición, quien difundió el bulo de que las croquetas de don Truculencio estaban hechas con sobras del día anterior. Pese a que don Truculencio fue capaz de desactivar el ataque, demostrando que era el señor Cucaña quien adulteraba sus croquetas espesando la bechamel con maizena -el escándalo fue mayúsculo y arruinó la carrera política del rival-, el daño ya estaba hecho: en el debate político subsiguiente, las diferencias dentro del propio grupo de don Truculencio se hiceron irreconciliables, provocando un cisma entre la facción populista que defendía las croquetas hechas con carne sobrante del cocido (gallinistas) y quienes, apelando a los gustos de las clases altas, pedían croquetas de jamón (iberistas). Don Truculencio, aun sintiéndose personalmente más cercano al gallinismo, intentó mantener la ecuanimidad en el debate, pero fue incapaz de evitar la desintegración de la coalición. El resultado fue una derrota colectiva en las urnas y un periodo de anarquía en la ciudad durante el cual bandas de desaprensivos recorrían las calles arrojándose calamares a la romana unos a otros.


En las siguientes elecciones, aprendidas las lecciones del pasado, don Truculencio consiguió hacerse por fin con la alcaldía. Empezó así una era dorada de obras públicas que transformaron la ciudad, modernizándola y preparándola para el nuevo siglo. El primero de estos ambiciosos proyectos fue el de alicatar por completo las playas, dejándolas impolutas. A continuación, don Truculencio concedió una contrata millonaria a la empresa Facinero S.A., propiedad de su hermano don Prebendo Patrañas, para realizar algunas reformas necesarias: se demolió el mercado municipal para construir en su lugar un hospital, se demolió el hospital anterior para construir un centro comercial, se demolieron los centros comerciales anteriores para construir el Museo de las Uñas Esmaltadas, se demolió el anterior museo para construir una catedral gótica, se demolió la anterior catedral gótica para construir un párking y se demolió el anterior párking para construir un nuevo mercado municipal. Como resultado, la ciudad se encuentra hoy a dos kilómetros hacia el este de su ubicación original.

A lo largo de los cincuenta y site años de paciente labor de gobierno de don Truculencio, la ciudad conoció un florecimiento sin parangón de las artes y las ciencias. Fruto de aquella época son el ya mencionado Museo de las Uñas Esmaltadas, la creación de los Coros del Ayuntamiento (a don Truculencio le gustaba hacer sus entradas en el Consistorio acompañado por los las voces de trescientos castrati entonando himnos en su honor), el Centro de Interpretación de las Enseñanzas del Alcalde y las siete mil seiscientas cincuenta y ocho estatuas ecuestres de don Truculencio que hoy adornan nuestra hermosa capital. Quienes dicen que don Truculencio era un megalómano basándose únicamente en ésto y en la estatua de sí mismo de ciento noventa metros de altura que mandó construir sobre el monte, presidiendo la ciudad, son unos maledicentes, unos envidiosos y además aún siguen en la cárcel casi todos ellos.

Don Truculencio murió en su lecho a la avanzada edad de noventa y pico años, en compañía de su mujer, doña Mosquita, sus catorce hijos e hijas, su testaferro, sus secretarias, el obispo, representantes de la prensa, banqueros varios y de sus fulanas favoritas. Fue enterrado en el cementerio canino de las afueras en medio de una ceremonia de estado y aún hoy sus conciudadanos le echamos de menos con un sentimiento hondo y lleno de afecto y respeto, en el que nada tienen que ver las amenazas de la Mafia.

Descanse en paz don Truculencio Patrañas, Amén.

6 comentarios:

Otto Más dijo...

No estarás insinuando que... xD


;)

"limpo" es la palabra de verificación, muy a cuento.

@ELBLOGDERIPLEY dijo...

A ver si me verifica también a mi, que esta la cosa mala-mala de verifical:-) M'ha salío un símil de Anatopopu, yo creo que m'ha tocao un croña que croña de verificaision, entre tanto "gallinismo", "iberismo" y los de los PUBYSES.
Ví a verificá, antes de que nos salpique cualquier trama viviente, o me toque la chochona si Matas a los Gúrteles, que queda muy Jodienda Warrick, en boca de la tesorer@.
Besotes

Mocho dijo...

¡Calva!

Eleuterio dijo...

No capto la insinuación.

Me dieron ganas de croquetas de jamón...a ver si tiras una receta tradicional que hayas hecho ya y que sea infalible.

hm dijo...

El Truculento ese era de mi pueblo... ¿usted como ha llegado a saber de tan gran hombre?

Thiago dijo...

Pues realmente este buen señor que tanto y tanto ha hecho por su pueblo fue un prócer y un mártir que lo que pasa es que el populacho es muy desagradecido y no lo supieron valorar, ¡pocas estatuas le hicieron para sus méritos! Pues otra cosa no, pero desde luego ha creado escuela.

Además fue muy original en sus planteamientos, al unir poderosos e iglesia, cosa que hasta la fecha no ha hecho ningún político que se sepa...

Lo malo fue que algunos se lo tomaron de coña, pq descubrieron que sus croquetas -como sus empanadillas- eran en realida de Móstoles, jaaja.


Bezos

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