Signo inconfundible de que se avecinan la Noche de los Tiempos y el Fin de la Civilización es el que les esté perdiendo el respeto a los chulazos. Ya no soy el que era...
Me di cuenta de esto el otro día en el gimnasio. Más concretamente, en la parte más entretenida del mismo: los vestuarios. Ya sabéis que me encanta poner motes a los parroquianos de mi sala de torturas. Pues bien, estaba yo preparándome para la ducha cuando hizo acto de presencia el organismo pluricelular al que llamo "el Culebro".
El Culebro es un caso extremo del fenotipo que yo denomino "lagartijo": prácticamente todo tronco, delgado y alargado, y con unas extremidades insignificantes, a excepción del rabo. Pese a su virtual carencia de piernas, el Culebro está bueno, sobre todo por esos pectorales y abdominales tan marcados que tiene. La novia del Culebro, doña Anaconda, parece opinar lo mismo que yo y no se despega de su reptil favorito ni con aguarrás.
El caso es que mi elección de mote resultó ser doblemente adecuada. El Culebro venía con una de sus camisetas ajustadísimas, sudada después del entrenamiento, pegada a su cuerpo como una segunda piel. Pues bien, ¿habéis visto alguna vez uno de esos documentales donde una serpiente cambia de piel? Pues esto fue algo muy parecido. Para empezar, el tipo se agachó y se agarró la camiseta por abajo, pero al intentar sacársela el sudor y lo apretado de la prenda hicieron que se produjera un interesante efecto de succión a la altura de sus omóplatos. El Culebro empezó a retorcerse y forcejear con su propia ropa, zarandeándose de un lado a otro de una forma tan vistosa como ridícula: meneándose como una palmera desmochada bajo los efectos del huracán Katrina, fue dando saltitos, como queriendo que los impulsos le ayudaran a desprenderse de la piel. Luego intentó ayudarse con la pared, frotándose contra ella igual que un gato callejero con un caso agudo de sarna. Pero el nudo era cada vez peor. Poco a poco la imagen se iba pareciendo más y más a la de una gallina decapitada y agonizante. Vamos, que me daban ganas de rematarle para acabar con su sufrimiento. Finalmente, tras una larga y angustiosa lucha, la camiseta acabó saliendo, haciendo un 'pop' similar al descorchar de una botella de champán barato. El pobre Culebro se quedó agotado, intentando desesperadamente poner cara de aquí no ha pasado nada. Se me cayó un mito.
La moraleja de todo esto es: los ricos también lloran, o dicho de otra forma, tener cuerpazo no te libra de la indignidad.
Me di cuenta de esto el otro día en el gimnasio. Más concretamente, en la parte más entretenida del mismo: los vestuarios. Ya sabéis que me encanta poner motes a los parroquianos de mi sala de torturas. Pues bien, estaba yo preparándome para la ducha cuando hizo acto de presencia el organismo pluricelular al que llamo "el Culebro".
El Culebro es un caso extremo del fenotipo que yo denomino "lagartijo": prácticamente todo tronco, delgado y alargado, y con unas extremidades insignificantes, a excepción del rabo. Pese a su virtual carencia de piernas, el Culebro está bueno, sobre todo por esos pectorales y abdominales tan marcados que tiene. La novia del Culebro, doña Anaconda, parece opinar lo mismo que yo y no se despega de su reptil favorito ni con aguarrás.
El caso es que mi elección de mote resultó ser doblemente adecuada. El Culebro venía con una de sus camisetas ajustadísimas, sudada después del entrenamiento, pegada a su cuerpo como una segunda piel. Pues bien, ¿habéis visto alguna vez uno de esos documentales donde una serpiente cambia de piel? Pues esto fue algo muy parecido. Para empezar, el tipo se agachó y se agarró la camiseta por abajo, pero al intentar sacársela el sudor y lo apretado de la prenda hicieron que se produjera un interesante efecto de succión a la altura de sus omóplatos. El Culebro empezó a retorcerse y forcejear con su propia ropa, zarandeándose de un lado a otro de una forma tan vistosa como ridícula: meneándose como una palmera desmochada bajo los efectos del huracán Katrina, fue dando saltitos, como queriendo que los impulsos le ayudaran a desprenderse de la piel. Luego intentó ayudarse con la pared, frotándose contra ella igual que un gato callejero con un caso agudo de sarna. Pero el nudo era cada vez peor. Poco a poco la imagen se iba pareciendo más y más a la de una gallina decapitada y agonizante. Vamos, que me daban ganas de rematarle para acabar con su sufrimiento. Finalmente, tras una larga y angustiosa lucha, la camiseta acabó saliendo, haciendo un 'pop' similar al descorchar de una botella de champán barato. El pobre Culebro se quedó agotado, intentando desesperadamente poner cara de aquí no ha pasado nada. Se me cayó un mito.
La moraleja de todo esto es: los ricos también lloran, o dicho de otra forma, tener cuerpazo no te libra de la indignidad.
7 comentarios:
no lo pillo, podrías haber grabado en vídeo la escena...
Pues lo veo yo y me descojono, qué quiere que le diga. Delante de la culebra, de la víbora, de la lagartija y de quién sea.
A mí no se caería un ídolo por eso.
Le hubiera propuesto mi ayuda para desvestirse.
jnaj te entiendo, el pobre debió de sentirse ridículo... me recordó a mí mismo cuando quiere abrochartre el traje de neopreno o al intentar sacarlo y no hay manera de que eso corra. jaja
Pero en otro orden de cosas, te diré que a mi el tipo lagartijo me gusta, esos que tienen un torso tan largo (y por ende suelen tener un cuello largo tb.) y aunque en contraposición, los lagartijos suelen tener poco culo (se ve que la masa carnosa se uso en su cuerpo para otra cosa) y las piernas cortas, pero resultan muy morbosos (excepto cuando mudan la piel, claro), ajaja
Bezos.
P.S. ya no digo nada de la foto de mi adorado Edilson en el vestuario (como para ponerse de rodillas inmediatamente, jaja).
Entre nosotros, aunque les haga burla a mí también me encantan los lagartijos... si no, no hablaría de ellos jeje
Yo, como Héctor, veo eso y me entra un parto de orto que no te imaginas! xD
la indignidad es humana. lo inhumano es intentar creer que no existe e ignorarla.
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