Es para mí un motivo de vergüenza y oprobio admitir que mi primera comida en Beijing fue en un McDonalds.
Algunos de los españolitos compañeros de congreso del osezno rondaban aún por ahí y decidimos salir a comer con ellos; yo, divino en mi papel de abnegado consorte, mantuve un ejemplar silencio mientras el grupo decidía dónde ir. Las opciones eran: a) pizza, b) hamburguesa, c) tortilla de patatas. Siendo esta última opción harto improbable, y no entendiéndonos con el taxista, acabamos en b).
Todo esto debido al incorruptible código de conducta que anima a muchos de mis compatriotas cuando viajan al extranjero y que consiste en no probar ni muertos la cocina local, salvo en los casos en los que la cocina local coincide exactamente con lo que se pueda comer en Sigüenza. Muchos de los españoles del congreso se volvieron a su aldea sin catar nada ni remotamente chino.
Hasta cierto punto, puedo entenderlo. Yo también pasé brevemente por esa fase infantil del desarrollo cognitivo: "no lo he probado nunca, y por lo tanto no me gusta". Hay un segundo estadio en ese tipo de mentidad, que consiste en decir con cierta reluctancia: "bueno, lo pruebo, pero seguro que la forma correcta de hacerlo es la de mi pueblo". También he pasado por ello.
Pongamos el ejemplo del picante. Como tantos otros habitantes del centro de la Meseta, yo solía pensar que el picante era algo que se echaba a los platos de mala calidad para matar su sabor, o algo que hacía el dueño del bar para dar sed a los clientes y así poder vender más cerveza. Pensaba también que si algún plato picante estaba bueno, seguro que habría estado mucho mejor sin el picante. Reconozco que esa fase me duró bastante.
Algunos de los españolitos compañeros de congreso del osezno rondaban aún por ahí y decidimos salir a comer con ellos; yo, divino en mi papel de abnegado consorte, mantuve un ejemplar silencio mientras el grupo decidía dónde ir. Las opciones eran: a) pizza, b) hamburguesa, c) tortilla de patatas. Siendo esta última opción harto improbable, y no entendiéndonos con el taxista, acabamos en b).
Todo esto debido al incorruptible código de conducta que anima a muchos de mis compatriotas cuando viajan al extranjero y que consiste en no probar ni muertos la cocina local, salvo en los casos en los que la cocina local coincide exactamente con lo que se pueda comer en Sigüenza. Muchos de los españoles del congreso se volvieron a su aldea sin catar nada ni remotamente chino.
Hasta cierto punto, puedo entenderlo. Yo también pasé brevemente por esa fase infantil del desarrollo cognitivo: "no lo he probado nunca, y por lo tanto no me gusta". Hay un segundo estadio en ese tipo de mentidad, que consiste en decir con cierta reluctancia: "bueno, lo pruebo, pero seguro que la forma correcta de hacerlo es la de mi pueblo". También he pasado por ello.
Pongamos el ejemplo del picante. Como tantos otros habitantes del centro de la Meseta, yo solía pensar que el picante era algo que se echaba a los platos de mala calidad para matar su sabor, o algo que hacía el dueño del bar para dar sed a los clientes y así poder vender más cerveza. Pensaba también que si algún plato picante estaba bueno, seguro que habría estado mucho mejor sin el picante. Reconozco que esa fase me duró bastante.
Pues no, damas y caballeros. En la mayoría de las recetas las especias no son ingredientes opcionales.
Tuvimos varias comidas memorables en China. La primera noche tomamos una sopa de tortuga muy cremosa y ligeramente picante, cuyo sabor se alargaba en la boca y calentaba por dentro. Al día siguiente acabamos en uno de los restaurantes de Ghost Street zampándonos unas ranas que nadaban en una salsa de pimiento verde y guindillas; al osezno casi le explotó la cabeza acon el primer bocado, pero luego todo fue bastante bien. Una noche cenamos junto al lago Qianhai, en un restaurante muy animado de cocina Hakka, donde aparte de los langostinos en sal nos metimos entre pecho y espalda unas almejas deliciosamente picantes y un plato de carne guisada con ajo y pimienta y envuelta en hoja de loto que casi nos hace saltar las lágrimas. Un día nos dió por saltarnos la regla china y comimos en un restaurante que combinaba recetas de todo Oriente y en el que el osezno pidió un cuscús de pescado acompañado de abundante harissa y yo un buen curry indio. Pero para mi gusto la mejor cena la hicimos el penúltimo día en un restaurante Yúnnán algo pijillo en el que no existía el menú: el cocinero iba sacando los platos que le apetecieran en cada momento, llenos de sabores y aromas del sudeste asiático: hierba limón, guindilla, cilantro, pimienta, canela, tamarindo, hinojo, clavo e incluso flores frescas. Fue la única noche en que acompañamos la cena con vino, un tinto de Nueva Zelanda que nos gustó bastante; si no habéis probado nunca a combinar en el paladar el sabor persistente de un plato picante con un buen vino tinto, hacedlo algún día y ya me contaréis. Merece la pena...
Vale, es ahora cuando después de haber presumido de lo abierto de mente (y estómago) que soy, me toca poner los pies en la tierra y reconocer que tengo mis limitaciones: hay bastantes cosas que no me atreví a probar. Por ejemplo, algunos de los deliciosos snacks de los puestos del callejón de Wangfujing...
Tuvimos varias comidas memorables en China. La primera noche tomamos una sopa de tortuga muy cremosa y ligeramente picante, cuyo sabor se alargaba en la boca y calentaba por dentro. Al día siguiente acabamos en uno de los restaurantes de Ghost Street zampándonos unas ranas que nadaban en una salsa de pimiento verde y guindillas; al osezno casi le explotó la cabeza acon el primer bocado, pero luego todo fue bastante bien. Una noche cenamos junto al lago Qianhai, en un restaurante muy animado de cocina Hakka, donde aparte de los langostinos en sal nos metimos entre pecho y espalda unas almejas deliciosamente picantes y un plato de carne guisada con ajo y pimienta y envuelta en hoja de loto que casi nos hace saltar las lágrimas. Un día nos dió por saltarnos la regla china y comimos en un restaurante que combinaba recetas de todo Oriente y en el que el osezno pidió un cuscús de pescado acompañado de abundante harissa y yo un buen curry indio. Pero para mi gusto la mejor cena la hicimos el penúltimo día en un restaurante Yúnnán algo pijillo en el que no existía el menú: el cocinero iba sacando los platos que le apetecieran en cada momento, llenos de sabores y aromas del sudeste asiático: hierba limón, guindilla, cilantro, pimienta, canela, tamarindo, hinojo, clavo e incluso flores frescas. Fue la única noche en que acompañamos la cena con vino, un tinto de Nueva Zelanda que nos gustó bastante; si no habéis probado nunca a combinar en el paladar el sabor persistente de un plato picante con un buen vino tinto, hacedlo algún día y ya me contaréis. Merece la pena...
Vale, es ahora cuando después de haber presumido de lo abierto de mente (y estómago) que soy, me toca poner los pies en la tierra y reconocer que tengo mis limitaciones: hay bastantes cosas que no me atreví a probar. Por ejemplo, algunos de los deliciosos snacks de los puestos del callejón de Wangfujing...
10 comentarios:
¿No visteis pandas empalados en palillos?
La comida picante y yo somos un poco incompatibles, básicamente por la migraña, así que te envidio malamente. Pero esos caballitos, las estrellas de mar, escorpiones... no se si tendría estómago aunque probaría, por curiosidad. Al final es todo cuestión de cultura gastronomica.
Caballitos... estrellas de mar... escorpiones... ciempiés... gusanos de seda... escarabajos... saltamontes... ñamñamñam
ÑAM!
Hay que probarlo, si señor!
Quenvidia!
Eso es: no soporto la mentalidad de lo que viajan y piensan que absolutamente todo es mejor en su país...me dan ganas de pegarles en la boca.
Hay cosas que yo tampoco hubiera probado. Me gusta el picante pero cuando un chino o un mexicano dicen "esto tiene poco picante" puede ser demasiado para mí que no como chili todos los días.
A mí las cosas picantes me gustan hasta cierto (poco) punto, pero en general me gusta probar cosas nuevas. Excepto cuando estuvimos en Japón que lo hicimos fatal y no nos atrevimos muchas veces a lanzarnos, y es que en algunos sitios era imposible entenderse con el camarero o la carta...
Ay, si volviera...
Lo de los caballitos tiene excusa: son especie en peligro de extinción y somos personas respetuosas con el medio.
yo tambien pruebo las cocinas locals pero siempre dentro de un límite para asegurar la estabilidad de mi estomago y no convertir las vacaciones en una visita permanente al lavabo
Vaya viaje que se ha pegao... no tiene vergüenza.
Me gusta probar cosas nuevas, siempre que no corra peligro mi estabilidad intestinal, que estar diarreico mientras estás de viaje es muy desagradable.
No me extraña que estés avergonzado por haber ido a un McDonalds en tu primera noche en China. Creo que tu paciencia y comprensión se debería ver recompensada por el osezno de alguna manera. Yo de ti empezaría a pensar en formas de compensación.
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