noviembre 05, 2010

Hotel Royal Victoria

A la hora en que aparezca esta publicada esta entrada, si nadie lo remedia, estaré volando hacia Italia. He pensado que dado que Ratzinger viene desde Italia a España este fin de semana, lo más sensato es que yo haga el camino contrario. Seguro que Italia es un país mucho más bonito sin un papa dentro.

En realidad la explicación es mucho más prosaica. Durante la semana que viene tendré una de esas Reuniones SuperSecretas (RSS) del satélite en Bolonia, pero antes pasaré un fin de semana en Venecia con el osezno (que tiene un congreso propio en la ciudad de los canales durante las mismas fechas). No ha querido decirme qué hotel ha reservado, solamente sé que está cerca de San Marcos. Miedo me da.

la razón de ese miedo es que tengo bastante experiencia en hoteles italianos y sé que, sobre todo en ciudades históricas y turísticas como Venecia, la mayoría de alberghi que se pueden encontrar por un precio razonable son más viejos que la tos: en un país de mentalidad mediterránea donde la afluencia de turistas está garantizada aunque el sector servicios de auténtica pena, ¿para qué molestarse en renovar?

Esto me lleva a recordar aquellas veces en que me alojaba en el Hotel Royal Victoria, el establecimiento más vetusto (partes del edificio tienen mil años, sin exagerar) de toda Pisa. Fruto de aquellas estancias son las fotos y los dos relatos que escribí hace años y que me dispongo a repetir en este blog, uno hoy y otro el próximo lunes. Que sea leve...



Sospecho que el asesino, después de todo, es el mayordomo.

Ninguno de los huéspedes del hotel Royal Victoria nos hemos recuperado aún del estupor que nos sacudió al aparecer, en las condiciones más indecorosas que uno pueda imaginar, el cadáver del joven Thaddeus Miller. Fue Polly, la doncella galesa de Mrs. Fleetworth, quien encontró el cuerpo del heredero, todo cubierto de migas de pan, en el patio de las palomas. Pese a que los animales habían picoteado el cuerpo del delito hasta hacerlo prácticamente irreconocible, fue fácil identificar a la víctima por sus espantosos calcetines a cuadros. Fue necesario administrar un sedante a la pobre Polly, y sal de frutas a las incautas palomas.

Aunque luctuosa, la muerte del rico heredero no ha sorprendido a nadie. Thaddeus Miller era una persona que se hacía odiar con facilidad. A nadie gustaba su costumbre de jugar al cricket en el comedor durante el desayuno, ni el modo en que perseguía a las doncellas con unas tijeras en una mano y unas varillas de batir claras de huevo en la otra, ni los pequeños esputos tabacosos que emitía por su boca al hablar de los pozos de petróleo de su familia. Se trataba del clásico burgués americano con pretensiones de encajar en la clase alta inglesa, sin el menor éxito. Su única cualidad destacable era el dinero, o mejor dicho el dinero de su padre, que él despilfarraba alegremente. Que se sepa, la última cosa que compró antes de su muerte fue Checoslovaquia.


De acuerdo que Thaddeus Miller era un individuo mezquino, despreciable, tal vez incluso insoportable. Pero de ahí a llegar al asesinato... ¿quién podía odiarlo tanto? Porque claramente no se ha tratado de un accidente ni de un suicidio: nadie puede untarse a sí mismo con migas de pan para que le devoren las palomas de forma tan perfecta. No, está claro que alguien ha asesinado al joven Thaddeus, y debe ser alguno de los huéspedes del Royal Victoria. ¿Pero quién?

No parece probable que hayan sido las hermanas solteronas de la 203. Las señoritas Eduina y Ethel Witherspoon son dos encantadoras ancianas, clientes habituales del Royal Victoria donde pasan un mes todos los veranos desde que acabó la Guerra de los Cien Años, como poco. Son absolutamente inofensivas, completamente miopes y además no han tenido ninguna relación con el finado, salvo aquella vez que él estuvo a punto de ser atropellado por el tacatá de una de ellas. No parece que aquel incidente fuera intencionado.

Todo lo contrario ocurre con el coronel retirado van Klompf, el héroe de guerra prusiano, que se aloja en la habitación 415. El coronel es un hombre enérgico a quien la edad no impide practicar su deporte favorito, el lanzamiento de ocas. Las relaciones entre el difunto señor Miller y el coronel siempre fueron tensas en el mejor de los casos. El difunto se refería al coronel como "esa momia execrable", mientras que el coronel no se abstenía de manifestar en público que todos los americanos debían ser usados como fertilizante, y siempre que se veía obligado a compartir mesa con el señor Miller intentaba atizarle con el bastón al menor descuido. Aun así, me cuesta creer que el coronel haya recurrido a un método criminal tan sofisticado como el de las migas. Sería más propio de él recurrir a la artillería pesada.


Tal vez se haya tratado de un crimen pasional. Es bien sabido que el joven Thaddeus pretendía a varias mujeres y, si hay que creer a las malas lenguas, también a una oveja merina. Era tristemente famosa entre los huéspedes del hotel su afición a las serenatas. El heredero se travestía de gondolero y, haciéndose acompañar por un pequeño ensemble de músicos (dos mandolinas, una guitarra, una tuba y Manolo El Del Bombo), intentaba conquistar a las mujeres cantándoles napolitanas y otras piezas de bollería. Su más reciente víctima amorosa fue la señorita Margaret O'Sullivan, una inocente institutriz irlandesa que se aloja en la parte pobre del hotel y que se encarga de la educación de los hijos de Mr y Mrs Swallow (habitaciones 303 y 304). Pero la señorita O'Sullivan procede de una familia de profundas creencias católicas, y además es bastante sorda, por lo que las canciones del señor Miller no tuvieron un efecto mensurable.

Quien sí debió notarlas, empero, es monsieur Petitfleur (habitación 220), el músico romántico. Monsieur Petitfleur recorre Europa en busca de inspiración artística y, según parece, virus. Una vez que estábajos junto a la pianola me confesó que en su profesión no se es nadie si no se tiene una buena tuberculosis, o una malaria, o por lo menos una gripe decente. Pero monsieur Petitfleur tiene la desgracia de padecer una salud de hierro y no encuentra la forma de cojer ni el más pequeño de los resfriados, pese a su costumbre de caminar melancólicamente bajo la lluvia sin más protección que su gabarda negra. Por otra parte, esta sobrenatural resistencia no se aplica a los males del amor, y es bien sabido que monsieur Petitfleur bebe los vientos por la señorita O'Sullivan. Tal vez viera al difunto señor Miller como una amenaza y eso le motivara a cometer el horrendo crimen.


Me resulta difícil sospechar de la familia Swallow. El matrimonio formado por Reginald y Gertrude Swallow es de lo más normal, él un hombrecillo insignificante con bigote y ella una formidable matrona que le triplica en volumen, también con bigote. Su tema de conversación favorito gira en torno a los calcetines, la base del negocio familiar. ¿Quién no ha oído hablar de los calcetines y medias Swallow, hechos con pelo de mofeta? Son los únicos que garantizan un cien por cien de efectividad a la hora de camuflar el olor de los pies sudados. Mr. Swallow siempre se mostró contrario al vestuario de Thaddeus Miller de tobillo para abajo, pero eso rara vez ha sido motivo de asesinato. La familia Swallow se encuentra en la Toscana como parte de la educación de sus hijos, Rufus (12 años) y Wilmo (6 años), dos monstruitos pecosos a quienes sí creo perfectamente capaces de cometer homicidio.

Los otros huéspedes del hotel son asesinos improbables. Mrs Fleetworth (habitación 140) es una anciana distinguida y severa que solo puede moverse en silla de ruedas y con ayuda de su doncella Polly. Lord Sutton-Westinghouse (suite imperial) apareció la mañana del crimen despeinado, con la ropa descolocada y llena de migas de pan, pero su inocencia está asegurada porque pertenece a la Cámara de los Lores y es bien sabido que los políticos de Su Majestad tienen una ética intachable. Su ayuda de cámara, Pierfabrizio, es un joven livornés absolutamente despampanante que se encarga de las tradicionales tareas de vestir, desvestir, bañar, masajear y acompañar a su señor, amén de calentar su cama: tareas todas ellas perfectamente respetables pero que le ocupan todo su tiempo. Además, el mancebo está aprendiendo idiomas: Lord Sutton-Westinghouse siempre anda felicitándole por sus progresos en el francés y el griego, aunque la verdad es que yo solo le he oído hablar en el dialecto vernáculo local.

En la 217 se aloja la viuda Ramphorney, que se pasa el tiempo leyendo la Biblia e intentando encontrar en ella un mensaje secreto que le diga dónde olvidó las llaves de su mansión en Surrey (al no poder entrar en casa, lleva viajando los últimos veintitrés años). La acompaña el reverendo McFlacon (habitación 216), que pertenece a la Iglesia Luterana Reformada de los Adventistas Metodianos Metropolitanos no-Baptistas de las Siete Llaves del Reino de los Cielos, el Purgatorio y el Salón del Trono Divino de Todos los Mártires y Profetas del Antiguo Testamento, una reciente escisión de las iglesias protestantes que predica que la llegada del Redentor se producirá en un carro dorado tirado por seis caballos, y no siete como afirma la secta rival (Presbiterianos Redentoristas Litúrgicos Moderadamente Calvinistas de los Ciento Un Salmos Con Misterios Proféticos y Eucarísticos). El reverendo McFlacon se dedica a aconsejar espiritualmente a la viuda Ramphorney y a llamar a las puertas de los demás huéspedes, repartiendo panfletos con la intención de convertirnos. En mi opinión, la próxima víctima de asesinato será él, o tendré que cargármelo yo mismo.

El último sospechoso oficial que queda es, por tanto, nadie más que yo: Hercule Parrot, el gran detective y adiestrador de loros. Pero yo tengo confianza en mí mismo: si hubiera matado a alguien, me lo habría dicho. Ninguno de los empleados del hotel ha podido ser el asesino: como todo el mundo sabe, el pan toscano se hace sin sal, mientras que las migas de pan encontradas sobre el cuerpo del muerto y dentro del estómago de las palomas era pan de centeno inglés. Por lo tanto, si ninguno de los huéspedes ha sido, ni tampoco el personal del hotel, solamente queda una posibilidad, que es la que mencionaba al principio: el mayordomo.

Ahora solo queda encontrar uno por aquí cerca.





4 comentarios:

starfighter dijo...

Que devaluados están los mayordomos, casi tanto como los becarios que nunca volverán a la era pre-Lewinsky.

MM de planetamurciano dijo...

Es imposible no viajar a Italia y una vez allí, no valorar los hoteles españoles. He estado en cuatro a cual más infecto, y eso ke yo no soy muy delicao, pero maremía, cuanta caspa y cuanto cutrerío.
Suerte ke se va; este finde va a ser infame con la papavisita ke nos espera.

Moriarty dijo...

Lágrimas como puños tengo, de tanto reírme. ¡Está usted hecho un Woody Allen!

hm dijo...

He visto Hotel Royal... y lo he asociado con la serie esta que hacía Lina Mrgan... y me lo he imaginado a usted de vedette... en ese caso, seguro que sería usted el asesino.

¿Dónde dice que se contratan esos mayordomaos?... es que si salen bien, cambio a la rusa por uno.

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