Debajo de mi fachada de detective torpe y despistado se esconde un firme interior de puro acero templado, el material del que están hechos los héroes. Mi problema es que debajo del acero se esconde un núcleo más interno formado por la más pura cobardía. Me pasé el resto de la noche temblando bajo el camastro de mi cuartucho en la Pensión Loli, sobresaltándome ante cualquier pequeño ruido y trabando contacto con las novedosas especies de seres vivos que habían surgido por generación espontánea a partir de las pelusas y otras porquerías acumuladas allí. Finalmente, al despuntar el alba y constatar que nadie había vuelto a intentar asesinarme, fui recobrando algo de serenidad y me atreví a salir de mi escondrijo.
Bajé a la cocina de la pensión y aproveché que no había nadie para echarle un vistazo al periódico. Como de costumbre fui derecho a las páginas de sucesos. Una noticia llamó mi atención:
Bajé a la cocina de la pensión y aproveché que no había nadie para echarle un vistazo al periódico. Como de costumbre fui derecho a las páginas de sucesos. Una noticia llamó mi atención:
Muerte En Extrañas CircunstanciasEsta madrugada ha aparecido junto al embarcadero el cuerpo desfigurado y sin vida de un varón, de edad e identidad desconocidas por el momento. El fallecido se encontraba cubierto por los restos machacados de un disfraz de láminas y voladizos de estrafalario aspecto. Se piensa que pudo ser víctima de vandalismo arquitectónico por parte de un un grupo neonazi, aunque los detalles no están claros a la hora de cierre de esta edición. En declaraciones del subcomisario I. Jiménez, responsable de la División de Policía Pseudocientífica de Boo de Piélagos, "el fallecido era seguramente Aries, dado que el horóscopo predecía problemas de salud para los nacidos bajo este signo".
Respiré con un cierto y malvado alivio. Una persona menos que quería matarme: ya solo quedaban unos pocos centenares más. Era hora de dar el siguiente paso.
A doña Loli -venerable y sobre todo temible viuda, empresaria, hostelera, pitonisa aficionada, costurera, ex puta y pesadilla de los fabricantes de cremas contra las verrugas- le gustaba el café caliente y fuertecito: solía servirlo en tazas de plomo reforzadas con amianto porque cualquier otro material tendía a disolverse en contacto con el brebaje. Para los no iniciados, el café de doña Loli era a menudo una ventana a un reino de sabores y experiencias sensoriales desconocido: concretamente, lo que suele conocerse "el más allá". Incluso para aquellos superviviente que teníamos experiencia, el café de doña Loli tenía la virtud de dejarnos sin poder dormir durante una o dos semanas. Yo necesitaba fuerzas, así que aquella mañana le dije a mi casera:
A doña Loli -venerable y sobre todo temible viuda, empresaria, hostelera, pitonisa aficionada, costurera, ex puta y pesadilla de los fabricantes de cremas contra las verrugas- le gustaba el café caliente y fuertecito: solía servirlo en tazas de plomo reforzadas con amianto porque cualquier otro material tendía a disolverse en contacto con el brebaje. Para los no iniciados, el café de doña Loli era a menudo una ventana a un reino de sabores y experiencias sensoriales desconocido: concretamente, lo que suele conocerse "el más allá". Incluso para aquellos superviviente que teníamos experiencia, el café de doña Loli tenía la virtud de dejarnos sin poder dormir durante una o dos semanas. Yo necesitaba fuerzas, así que aquella mañana le dije a mi casera:
- Póngame un café doble, por favor.
Ella me miró con ternura y tristeza y me dijo:
- Te voy a echar de menos. Quién iba a decirme que iba a acabar cogiéndote cariño...
Lentamente, como se suele hacer cuando a un condenado a muerte le sirven su última cena, doña Loli me puso un café doble. Le temblaba la mano. Unas pocas gotitas de café se escaparon y cayeron sobre la mesa de granito, creando pequeños cráteres humeantes en la piedra. Conteniendo la respiración, me tomé el brebaje de un solo trago.
No fui consciente de nada hasta un rato más tarde, cuando los bomberos consiguieron desincrustarme del techo. Una enfermera con un bigote precioso me estaba diciendo:
No fui consciente de nada hasta un rato más tarde, cuando los bomberos consiguieron desincrustarme del techo. Una enfermera con un bigote precioso me estaba diciendo:
- Está usted perfectamente, salvo por dos nimios detalles: su tensión es 18/26 y sus pulsaciones por minuto ascienden a 445. ¿Quiere ver la lista de precios de nuestros servicios de reanimación? Por un módico copago, podríamos salvarle la vida y...Pero yo ya no escuchaba. Movido por un inexpresable ardor en mis tripas y en venas, salí corriendo del edificio más rápido que lo que sube la prima de riesgo, me dirigí hacia el Estadio Olímpico, di un par de vueltas o doce a la pista, me di una ducha fría, me afeité, me abrillanté la calva, ayudé a unos obreros a levantar uno de los muros del nuevo Templo al Diputado Desconocido, levanté las aceras de una calle para las obras del gas, volví a tapar la calle y coloqué una acera nueva, volví a destrozarlo todo para unas obras de la compañía eléctrica, lo arreglé todo una vez más, lo desbaraté una tercera vez consecutiva para revisión del alcantarillado, volví a adecentar la calle, hice una nueva excavación por obras de la canalización del agua, llevé al hospital a un par de ancianas que se habían caído en una de las zanjas, volví a traer a las ancianas (sin atender) a sus respectivas casas, llamé a los hijos y nietos de una de ellas para el funeral, pinté la fachada de la pensión Loli de color malva, rellené unos sodokus, perdí un campeonato de partidas de dominó simultáneas en el parque, ayudé a cruzar la calle a una excusión de japoneses (uno por uno), salí escopetado hacia las oficinas de mi amigo Zack, le pregunté si sus chicas habían descubierto algo nuevo, desenrosqué todas los tornillos de mi silla mientras escuchaba cómo él me decía que nones, que no existía constancia histórica ni geológica de que bajo el edificio hubiera nada de interés, le dí las gracias, atravesé la ciudad a velocidad supersónica, me peleé con unas palomas por conseguir las migas de pan que los ancianos tiraban al suelo, construí una réplica en miniatura del Gran Colisionador de Hadrones hecha con cáscaras de pipas, hice un curso de taxidermia por correspondencia (nota final: suspenso cum laude), quedé tercero en un concurso de sardanas en una fiesta de barrio, intenté informarme (sin éxito) de la identidad de mi atacante de la noche anterior, recolecté veinte kilos de azafrán, inventé un dispositivo para facilitar el trasporte de mercancías (resultó estar ya inventado y llamarse rueda, lo que adelantan hoy las ciencias), me afilié al partido laborista, hice la primera comunión y, finalmente, me dirigí al teatro. No eran aún ni las diez de la mañana.
(continuará)
1 comentario:
¿continuará? ¿porqué?
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