febrero 21, 2013

Mi apasionado idilio con el ornitorrinco del Zoo

Si este título no consigue llamar la atención de la gente para que vuelva a seguirme, nada lo hará.

Pues sí: he estado desconectado estas últimas semanas. Afortunadamente ya he vuelto: le he preguntado a un señor que pasaba por la calle en qué planeta estábamos, me ha respondido que en Omicron Persei VII mientras agitaba amablemente los tentáculos y los hexapodios, y he sabido entonces que había reencontrado el camino hacia el reino de los vivos. 

Ha sido una ausencia larga, como atestiguan los seis pelos de mi barba que han crecido hasta dimensiones escandalosas: hasta el punto de que estoy considerando hacerme un moño con ellos. Tengo un aspecto lamentable. Llevaba tres semanas sin limpiarme las polainas ni sacar brillo a mi bombín, y cuando he pasado por la tintorería a recoger mi levita me he encontrado con que la han cerrado y en su lugar han abierto un establecimiento de "compro oro, rubíes y cajas de cartón vacías". Así que ahora me tengo que proteger del inclemente clima santanderino con una caja en la que pone: "Leche Entera Hacendado". Y, en letra pequeña: "aviso: puede contener trazas de leche".

 
Y se preguntarían ustedes, si les importara un pimiento, ¿qué ha sido de Sufur en estas semanas? Pues bien, se lo voy a contar por orden cronológico, para que no se me pierdan.

Empezó con los exámenes de febrero. Unos resultados que se me caería el alma a los pies si existiera tal cosa como el alma, y si no fuera porque yo siempre escribo este blog en una cómoda postura con los pies levantados por encima de mis orejas.  Dos aprobados, y uno de ellos porque le subí la nota medio punto más que nada para perderlo de vista para siempre. Pues no: se me ha matriculado en la de quinto. Si ya me lo decía mi Madre: serías un niño buenísimo si no fueras tan tontaina, hijo mío.

La cosa se fue complicando con la visita al dentista. Lo que empezó siendo una limpieza rutinaria de boca se convirtió en: un empaste + extracción de la muela del juicio inferior izquierda + endodoncia de la pieza contigua + otro empaste + lo que te rondaré morena, porque la cosa no ha acabado. Total: más de un mes con la boca doliéndome como una inspección de Hacienda y quinientos euros menos en mi cuenta, más lo que quede. El dentista, llamado también odontólogo por su familia y amigos, continúa maravillándose de cuánto tiempo puedo tener la boca abierta a tope y sin cansancio aparente. Ya era hora de que tanto entrenamiento me sirviera para algo, carajo.

Entre tanto vino lo de Suiza. Por aquel entonces yo aún estaba en estado semicorpóreo y posteando un poco, así que no tengo mucho que contar, aparte de que me comí muchos suizos. Unos tres o cuatro al día.

Al poco de volver de quesolandia, surgió lo verdaderamente peliagudo: operaron a mi Madre. No fue nada grave y ya se encuentra bien y en casa, así que todos contentos, pero una operación con anestesia general siempre hay que tomársela en serio. Los nervios se cebaron en mi y y yo como respuesta me cebé en los donuts de la cafetería del hospital, y no solo en los donuts: redescubrí aquella ambrosía de mi infancia que en el cole llamábamos "pepitos de chocolate", y que ahora me empalagan hasta a mi... apenas pude comerme cuatro o seis.


Pasé unos días en Segovia experimentando ese fenómeno que todo hijo con una Madre convaleciente conoce: la Madre, nada más llegar del hospital, se pone a hacer cosas en la casa. No hay quien la pare. Y cuando por fin consigues convencerla para que se siente a ver la telenovela y te pones a pasar el aspirador, ella pone cara de "así no se hace", y en cuanto acabas te arranca el aparato de las manos con la fuerza de siete hombres y lo repite todo de nuevo, pero a su modo. Al final me marché porque constaté que la pobre trabajaba más deshaciendo lo que yo hacía para volver a hacerlo ella que si la dejaba a su aire. Atención a esta curiosa foto, sacada desde el coche de mi padre en movimiento (fíjense en la montaña al fondo y el campo en primer plano):



Ya de vuelta a Santander empezó mi encierro total: quince días para escribir la famosa propuesta de la que ya he hablado. Como me he cansado de intentar explicarle a todo el mundo, incluidos algunos de mis colegas y osezno, en qué consiste la propuesta, sin ningún éxito, he desarrollado una explicación alternativa que capta el espíritu de las cosas y que al mismo tiempo es fácilmente entendible: pido dinero a la Unión Europea para comprarme un poni. Siempre he querido tener uno. Y cuando lo tenga, podré hacer realidad mi sueño: freírlo en tempura y comérmelo.

Habrían sido unas semanas espantosas de no haber contado con la compañía, el apoyo y los pelos del osezno, quien también ha tenido que soportar lo suyo por estar redactando su propio proyecto (sin poni), trabajando como un loco y encima aguantándome a mi.

Entre medias han pasado ciertas cosas: ha dimitido un papa, no ha dimitido un gobierno corrupto y se han cumplido quinientos setenta y seis años de la muerte del entrañable rey escocés Jacobo I, conocido como "El Freidurero", inventor del escalope rebozado que lleva su nombre. Descanse en paz, amén Jesús.




3 comentarios:

Moriarty dijo...

No me he atrevido a abrir el enlace sorpresa de la limpieza de boca.

Por lo demás, un placer ver que este blog se reincorpora al mundo de los vivos.

Mucha salud para su santa madre. Lo que menciona usted acerca de la hiperactividad doméstica postoperatoria, aceradamente cierto.

Saludos.

starfighter dijo...

Debería llamarse Síndrome Maternal de Actividad Postoperatoria (mira, tampoco queda mal) y es bastante común, aún recuerdo a la mía recién salida de su operación de varices y sin parar la pata en casa. Cada vez que voy al dentista me entra el pánico por si descubre algo, porque siempre descubren algo nuevo.

MM de planetamurciano dijo...

El día que yo vaya al dentista lo vamos a flipar; él y yo. Tengo la boca hecha unos zorros...
Sigue sin intender su proyecto...¿De verdad el pony sale sabroso en tempura? ¿No estaría más bueno en salsita y con un buen acompañamiento?

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