noviembre 21, 2014

El Buenorro, la Lista y la Guapa

Que no salga de aquí lo que voy a decir, porque tengo una reputación que mantener: este año estoy encantado de dar clase.

Cuando me metí en el mundo de la ciencia lo hice por la investigación. Como tímido crónico y prácticamente patológico que soy, la docencia ha sido siempre para mí un desagradable efecto secundario de mi profesión. Ponerme delante de un grupo de personas hace que me entren sudores fríos y se me corte todo el rollo. Es por esto que siempre se me han dado tan mal las orgías. Además la docencia lleva muchísimo trabajo  que inevitablemente resta tiempo a la parte excitante, que es la investigación. Se ha estimado que por cada hora de clase que se da un profesor responsable invierte una media de diez horas en preparación (que es más o menos lo que debería invertir luego el alumno responsable en estudiar, así que estamos empatados). 

Sin embargo, siendo justos hay que reconocer que la docencia tiene sus cosas buenas, sobre todo en el ámbito en el que me muevo. La práctica docente ayuda a gestionar mejor la ansiedad a hablar en público (no desaparece nunca, pero se maneja mejor), ayuda a mejorar las capacidades de síntesis y de comunicación, y permite volver a aprender y profundizar conocimientos oxidados. Nunca entendí bien la Física Cuántica como estudiante, y ahora… bueno, continúo sin entenderla, pero me manejo mejor con los conceptos. Me gusta reciclarme cada pocos años pillando alguna asignatura nueva: eso me da la oportunidad de aprender cosas nuevas. Lo malo es que nunca consigo tiempo suficiente para profundizar como a mí me gustaría.

A todo esto se le añade la ventaja de trabajar en una Universidad pequeña y en una titulación donde los estudiantes suelen venir muy motivados. No tengo problemas de alumnos conflictivos ni revientaclases. El perfil típico de estudiante de Física corresponde a una persona algo friki, culta y con ganas de aprender. Y el número de alumnos que tengo, especialmente en los últimos cursos del Grado o en el Máster, es bastante reducido. Incluso alguien tan torpe socialmente como yo acaba conociendo a todos sus alumnos y hablando con ellos.

Los alumnos son muchas veces personas fascinantes. Y las alumnas, por lo general, más. Las mujeres suelen ser más trabajadoras y maduras que sus compañeros varones, y bastante más interesantes.

Este año he tenido una suerte loca con mis alumnos de cuarto. Se trata de un grupo particularmente bueno y participativo. Estoy encantado con ellos.

Me gusta que mis alumnos me metan en aprietos. Que me pregunten en clase. Que pongan en duda lo que digo. Que ejerzan su sentido crítico. Que me corrijan. E incluso que hablen entre ellos durante la clase, si lo que están diciendo tiene que ver con el tema que se está tratando. Ayer sin ir más lejos una pregunta de una de mis alumnas -¿por qué decimos que las partículas de materia oscura deberían ser débilmente interaccionantes?- fue respondida de forma espontánea por otra de las alumnas, y eso llevó a un debate a cuatro bandas entre varios de los compañeros. Yo me senté en la mesa con una sonrisa y dejé que hablaran todo lo que quisieran, aunque eso retrasara el ritmo planeado de la lección. La alumna que contestaba a la pregunta sabía mucho más que yo de física de partículas. Fue un placer escucharla a ella y sus compañeros.

Los alumnos enseñan. Un estudiante universitario, sobre todo si es de los últimos cursos, tiene una visión global de su campo de aprendizaje y unos conocimientos recientes que son más amplios, en muchos aspectos, que los de su profesor, que lleva años especializándose en áreas muy concretas y ha olvidado todo lo demás.

La clase no es un proceso de enseñanza, sino un proyecto de aprendizaje común. Las dudas, comentarios y preguntas de los estudiantes empujan al profesor a aprender cosas nuevas y a pensar de forma diferente.

Así que acabo cada clase hecho polvo de cansancio y con una gran sensación de humildad, a la vez que enormemente contento.
Este año, como decía, son todos buenos, pero destacan ante mis ojos tres de ellos:
  • La Lista: la chica más inquisitiva, exigente y escéptica que he visto nunca (que me pone todos los días en apuros dando en la diana de los puntos más problemáticos de la explicación).
  • La Guapa: una mujer también muy inteligente, y que encima podría ser modelo si se lo propusiera. Sus enormes ojos claros, alertas, irónicos, inquisitivos, me ponen un poco nervioso…
  • El Buenorro: su mérito académico aún está por determinar, porque en clase se muestra más bien callado. Pero otros colegas profesores me han hablado bien de su responsabilidad y su capacidad de trabajo. A mi me alegra la vista con su cara bonita y su espléndido (intuido) cuerpo de luchador de Capoeria. Sé que quedo como el culo haciendo este comentario (homo)sexista en esta entrada intelectualoide, pero qué se le va a hacer: como diría Joaquín Reyes imitando a Tim Burton, soy un guarrete a la vez que especial.
Repito pues: que no salga de aquí, por favor, pero estoy deseando que se llegue el lunes a las ocho y media de la mañana para encontrarme con mi grupo de alumnos favorito. 


4 comentarios:

starfighter dijo...

Que envidia. Así da gusto ;)

Unknown dijo...

Se les coge cariño y todo.

rickisimus2 dijo...

Qué envidia tengo. Envidia de esos estudiantes. Yo fui a una escuela donde se castigaba el pensamiento propio y la divergencia. Por eso mi relación con la universidad fue negativa. Esta semana he tenido un intercambio de opinión con uno de mis nuevos jefes al respecto, porque él viene del mundo universitario y lo ve como lo más y yo lo veo como una Marbella en época del tío Gilito. En fin, ¡qué envidia!

un-angel dijo...

Huy en este post más que intelectualoide te veo así como muy humanote y hasta un poco sentimental.
Tus alumnos son de envidiar, es verdad, y tú con esos alumnos ¡pues también!
Antes de caer en el cepo laboral del que ya no he podido salir yo también tanteé como posible salida lo de la enseñanza y creo que los peores ratos de mi vida los pasé cuando tenía que salir a la palestra y empezar a hablar. Pero lo mío era peor porque los tuyos están super motivados: yo tenía que enfrentarme a cincuenta chicas de FP aspirantes a peluqueras a las que los tipos de volcanes y la tectónica de placas se la traía al pairo y claro, al final aquello era una masacre...

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