octubre 19, 2010

Carta a Genoveva

Querida Genoveva,


Me llena de alegría y satisfacción, de paz y de armonía, de sentido y sensibilidad, de crimen y castigo, así como de otras tantas obras de la Literatura Universal, saber que las cosas os van tan bien gracias a mis pequeños consejos. ¡Y no solo eso, sino que además hayas encontrado el amor a tu provecta edad! Has de saber que yo he tenido en todo momento total confianza en tu capacidad para salir adelante y que nunca he dado crédito a las malas lenguas que van diciendo por ahí que eres una vieja momia acabada y adicta al orujo: sé perfectamente que tú eres más de whisky, especialmente a la hora del desayuno. Yo casi siempre te he defendido en público e incluso he procurado boicotear subrepticiamente las sesiones de vudú que cada martes organiza contra ti esa arpía rencorosa de Felicia Butterly, rebajando las muestras de cabellos tuyos que le vendo regularmente con fibras de esparto viejo: total, nadie se iba a dar cuenta de la diferencia... También te quiere fraternamente Adelina, quien te manda cariñosos saludos y me pide que te recuerde que sabe dónde vives y que no ha perdido su puntería como francotiradora.

Hablando de Adelina, tengo que confesarte que en los últimos tiempos me tiene algo preocupada. Ya sabes que se trata de una mujer algo peculiar y que convivir con ella tiene sus pequeños inconvenientes. No estoy hablando de las ondas sísmicas transversales y longitudinales que provoca al caminar, ni de su desmedida afición por practicar el kickboxing con conocidos y desconocidos, ni a su gusto por escupir tabaco mascado, cosas a las que estoy perfectamente acostumbrada, sino a su insoportable coleccionismo, que en los últimos meses está alcanzando niveles prácticamente obsesivos.



Tal vez recuerdes cuando siendo niñas Adelina empezó, como tantas otras señoritas de clase alta, a coleccionar sellos. ¡Qué gratos momentos! Nuestra joven amiga, que ya por aquel entonces empezaba a asemejarse en forma y tamaño a un depósito de gas ciudad, estuvo robando durante años todo el correo que llegaba al pueblo y gracias a eso no nos enteramos del estallido de la Guerra de Crimea. ¡Menudo disgusto que nos ahorró su inocente hobby! Posteriormente vinieron otras colecciones ingualmente inofensivas y enterncedoras: la colección de latas de conservas antiguas, la colección de polisones, la de cacatúas disecadas y, cuando Adelina entró en edad de merecer, la de marineros otomanos. Su afición por las colecciones se ha mantenido a lo largo de toda su vida y forma parte de su encantadora personalidad tanto como sus continuas blasfemias y su ludopatía.

Pero últimamente la cosas se está pasando de castaño oscuro. Yo lo achaco a estos tiempos modernos y faltos de valores en los que vivimos. A eso, y a las campañas de marketing otoñales.

Permíteme que me explique: tras muchos años de tira y afloja, este verano pasado me dejé convencer para comprar un aparato de televisión. Ya sabes que siempre me he resistido a estos aparatos que considero invento del demonio, porque opino que las familias deberían pasar más tiempo juntas y no tantas horas delante de la caja tonta. Además, nunca se sabe qué horribles amenazas pueden esconderse en la programación. El caso es que Adelina finalmente logró persuadirme de comprar una televisión para que ambas podamos ver las series y películas que tanto nos gustan. Con lo que no contaba yo era con un peligro inesperado.

La publicidad.

Estábamos en el intermedio de uno de nuestros programas favoritos cuando de repente apareció en pantalla el motivo de mis actuales pesadillas: un anuncio de fascículos por entregas, creo recordar que el de "clásicos de la polka". Adelina se quedó como transfigurada. Yo conocía esa mirada suya: era exactamente la misma que ponía antes de abatir a un rinoceronte en una de sus cacerías ilegales en Kenia. Adelina se fue a la oficina de telégrafos y a los pocos días teníamos la casa llena no solo de los greatest hits de la polka, sino también de la mazurca, la polonesa y el rigodón. Y eso era solo el inicio.

En rápida sucesión, Adelina se hizo con los coleccionables de Botones y Bordados, La vajilla de porcelana de Hello Kitty, Kalashnikovs del Mundo, 1001 Recetas de Arenques Ahumados y Las Mejores Guías Telefónicas de Iberoamérica. Hasta ahí bien, porque afortunadamente tenemos mucho espacio para porquerías en el descampado que hay detrás de la casa y además Adelina bien puede permitirse estas pequeñas excentricidades gracias al fondo de inversiones que contrató con sus amigos de la Camorra. Pero la cosa se salió definitivamente de madre cuando Adelina empezó a recibir las primeras piezas en escala 1:1 de Construya Los Altos Hornos de Vizcaya. Como primer resultado, ahora tengo a la puerta de casa un crisol de diecisiete toneladas métricas que no se dónde meter. Adelina no ceja, prosigue erre que erre con su afición, y yo me pregunto dónde nos llevará todo esto. Probablemente, a todo tipo de problemas con los sindicatos...

Pero no quiero aburrirte más con mis cuitas. Dale recuerdos de mi parte a toda tu familia disfuncional, y a ver cúando nos visitas. Si vienes, trae una sierra para metales y unos cuantos pernos de soldadura, que a nosotras se nos están acabando.

Tuya, afectísima,

Margaret

2 comentarios:

starfighter dijo...

Yo le sugeriría a Adelina la colección "Astilleros españoles del siglo XIX" para dar salida a tanto hierro forjado. Y de paso conseguir la mítica colección "Destructores japoneses de la Primera Guerra Mundial".

Justo dijo...

Esto es una cuestión de Orgullo y de Prejuicio, qué duda cabe.. me solidarizo con Adelina, que soy coleccionista.

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